Una Lección sobre la contingencia

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.¡Si tan solo! Con cuánta frecuencia oímos esas amargas palabras de lamento: ¡Si tan solo! ¡Si tan solo me hubiera dado cuenta antes! ¡Si tan solo hubiera estado más atento! ¡Si tan solo pudiera ver a esa persona otra vez, aunque fuera por cinco minutos! ¡Si tan solo no hubiera estado ahí en ese momento! ¡Si tan solo la tormenta no hubiese pasado cuando yo estaba en la carretera! ¡Si tan solo yo no me hubiera tomado esa bebida de más! ¡Si tan solo yo hubiese dejado la fiesta diez minutos antes! ¡Si tan solo!

Todos vivimos con ciertas lamentaciones y con la amargo conciencia de que si tan solo hubiésemos puesto mas atención ó sido pacientes ó valientes ó amorosos en un determinado momento, nuestras vidas pudieran ser ahora muy diferentes.  Si tan solo pudiésemos volver a vivir esos momentos de nuestras vidas para hacer todo de forma diferente.

Yo tuve recientemente uno de esos momentos.  No fue uno se pueda considerar especialmente importante, pero en su propia pequeñez, sí contiene toda la dinámica del amargo pesar que sentimos cuando decimos: ¡Si tan solo!

¿Qué pasó? Yo tenía mi maletín (conteniendo el pasaporte, la tarjeta de residencia, una computadora portátil, 2 años de diarios personales y de agendas previstas, y numerosos otros papeles personales y fotografías) me lo robaron mientras yo estaba comprando un boleto del metro en Londres. Soy un viajero experimentado, y tiendo a ser paranoico en términos de mantener  vigilado mi equipaje, sin embargo, como cualquiera que ha perdido un bolso ó un maletín (ó, infinitamente más trágico, un niño) en un lugar público lo sabe, sólo toma unos segundos de falta de atención para que un desastre suceda.
En mi caso, sucedió de esta manera: Acababa de bajarme de un tren después de hablar en una conferencia y, con mis tres piezas de equipaje, me dirigí hacia abajo por una escalera mecánica del metro. Estaba tratando de comprar un boleto para el metro y la máquina de auto-servicio no estaba siendo particularmente cooperativa, y esa pequeña  distracción, por un período quizás de un minuto, fue todo lo que tomó: brevemente me olvidé de mi equipaje.  Cuando miré hacia abajo para recogerlo, el maletín había desaparecido. Me llevó tan sólo un instante para darme cuenta de lo que había sucedido y mientras corría buscando a un guardia de seguridad  mi corazón se hundió en el reconocimiento de ya era demasiado tarde, nunca volvería a ver de nuevo el contenido de mi maletín.  Cuando me senté con la policía, para hacer un informe del incidente, no dejaba involuntariamente de repetirme: ¡Si tan solo! ¡Si yo no hubiera perdido mi concentración! ¡Si hubiera llevado mi pasaporte y la tarjeta de residencia conmigo!  ¡Si tan sólo pudiera retroceder los últimos diez minutos de mi vida! ¡Si tan sólo!

¡A todos nos ha pasado, en mayor ó menor medida!

¿Cuál es la lección? ¿Qué podría yo – ó cualquier otra persona – aprender de momentos como estos?

En primer lugar, tenemos que aprender a ver las cosas en perspectiva. A veces, un momento de descuido tiene consecuencias enormes e irrevocables, como la pérdida de un hijo ó un accidente grave que produce una muerte, mas para mí eso significaba solamente la pérdida de algunos efectos personales, algo de dinero, y la pérdida de la mayor parte de un par de días (En las Embajadas dedicado a recuperar  mi pasaporte y la tarjeta de residencia).  Fué una molestia irritante la cual , en perspectiva, es en esencia como la mordedura  de un mosquito.  Cuando yo me muera, no creo que este incidente sea recordado.  Pero esto no es fácil de ver en ese momento concreto.  Es en ese momento en el que es fácil perder la perspectiva.

En segundo lugar, incidentes como este tienen el propósito de enseñar la paciencia. ¡La prisa hace que se desperdicie el tiempo! También provoca descuidos momentáneos y accidentes. Esto me pasó a mí porque yo tenía prisa.  Yo quería comprar mi boleto en la ventanilla, mas había una fila larga, y aunque no tenía una agenda apretada, fui muy impaciente para esperar en la fila.  Estaba tratando de ganar  cinco minutos y esa impaciencia terminó costándome, entre otras cosas, la mayor parte de dos días haciendo filas en Embajadas y oficinas de inmigración.  Esperemos que haya aprendido la lección.
Por último, los incidentes de este tipo se supone que nos enseñan a comprender y a perdonar la contingencia.  Filosóficamente, la contingencia significa que, a diferencia de Dios, que es autosuficiente y perfecto, nosotros vivimos con límites e imperfecciones.    Para nosotros, para cada uno de nosotros, habrá momentos de falta de atención, de descuido, de accidentes, de impaciencia estúpida, y deslices morales. El filósofo, Leibniz, tiene esta frase célebre en la que dice que no vivimos en el mejor de todos los universos posibles.

Por lo tanto, siempre se perderán carteras, habrá maletines robados, reliquias rotas, y, mucho peor, trágicos accidentes que acaban en la perdida de niños y en la perdida de vidas.  A veces también habrá momentos de descuido moral que también lamentaremos amargamente.  Nosotros no somos Dios.  Nosotros somos contingentes.

Así que la próxima vez que a alguien accidentalmente se le caiga y se le rompa ese jarrón de valor incalculable, no le respondas con ese ceño fruncido castigador que dice: ¡Cómo puedes ser tan torpe! ¡Qué cosa tan horrible has hecho! En su lugar, haz orgulloso al viejo Leibnitz, regálale una sonrisa de complicidad que diga: ¡Ahora la contingencia es para tí!