Una magnífica derrota

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.¿Dónde hay justicia en la vida? ¿Por qué ciertas personas son tan  inmerecidamente bendecidas en este mundo mientras otras son aparentemente malditas? ¿Por qué la astucia, la ambición egoísta, el aprovechamiento de los demás y la falta de honradez son frecuentemente recompensadas? Esto no tiene una respuesta rápida.  

En su libro The Magnificent Defeat (La magnífica derrota), el renombrado novelista y predicador Frederick Buechner aborda esta cuestión fijándose en el personaje bíblico Jacob. Este, como sabemos, engañó dos veces a su hermano, Esaú. Viéndolo hambriento y vulnerable, Jacob le compra su primogenitura por una comida. Más seriamente, adopta actitudes como Esaú, engaña a su padre y roba la bendición y la herencia que era de Esaú por derecho. Todo sobre esto parece injusto y exige retribución, a pesar de que la vida de Jacob aparentemente señala lo contrario. En contraste con su hermano  engañado, Jacob vive una vida bendecida muy copiosamente y es favorecido por Dios y por otros. ¿Cuál es la lección? ¿Están Dios y la vida en realidad de lado de los que hacen este tipo de cosas?

Buechner construye su respuesta al mudarse del rango pragmático y corto al rango espiritual y largo.

Primero, desde un punto de vista pragmático, la historia de Jacob enseña su propia lección, a saber, que, como una cuestión de hecho, en esta vida, personas como Jacob, que son inteligentes, astutas y ambiciosas, acaban recibiendo con frecuencia recompensa de unas maneras que personas como Esaú, que son más lentas en aprovechar sus posibilidades, no reciben. Aun cuando esto no es claramente la enseñanza moral del  Sermón de la Montaña, otras partes de la escritura, incluidas algunas enseñanzas de Jesús, sí que nos desafían a ser inteligentes, a trabajar duro y, por cierto, a ser astutos. Dios no ayuda necesariamente a los que se ayudan a sí mismos, pero parece que Dios y la vida recompensan a aquellos que usan sus talentos. Sin embargo, aquí hay una sutil línea moral, y Buechner la extrae brillantemente.

Pregunta él: cuando alguien hace lo que hizo Jacob y eso le trae riquezas en esta vida, ¿dónde está la consecuencia moral? La respuesta le llega a Jacob años más tarde. Una noche está solo, cuando un extraño salta sobre él y los dos acaban luchando en silencio uno con otro a lo largo de toda la noche. Justo cuando está rompiendo el alba y parece que Jacob podría ganar, todo cambia de repente. Con una fuerza infinitamente superior que parece haber reservado hasta ahora, el extraño toca el muslo de Jacob y lo deja rendido. Algo profundamente transformador sucede a Jacob en esa experiencia de impotencia. Ahora que sabe que está finalmente vencido, ya no quiere verse libre de la garra del extraño; al contrario, se agarra fuertemente a su anterior enemigo como un hombre que se está ahogando. ¿Por qué?

Aquí está la explicación de Buechner: “La oscuridad se había desvanecido justo lo suficiente de modo que por primera vez él puede ver oscuramente el rostro de su oponente. Y lo que ve es algo más terrible que el rostro de la muerte: el rostro del amor. Es inmenso y fuerte, medio arruinado con el sufrimiento y fiero con el gozo, el rostro del que un hombre escapa de toda la oscuridad de sus días hasta que por fin grita: ‘¡No te dejaré ir, a no ser que me bendigas!’ No una bendición que él pueda tener ahora por la fuerza de su astucia o la eficacia de su voluntad, sino una bendición que pueda tener sólo como un regalo”.

Hay aquí una cabal espiritualidad. La bendición por la que siempre estamos luchando solamente nos puede venir como regalo, no como algo que podamos atrapar por medio de nuestros propios talentos, astucia y fuerza. Por su ingenio y astucia, Jacob llegó a ser un hombre rico y admirado en este mundo. Pero al luchar por todas esas riquezas, estuvo peleando con una fuerza que percibió inconscientemente como alguien o algo que ser superado. Finalmente, después de muchos años de lucha, tuvo un despertar. La luz despuntó a través de una paralizante derrota. Y a la luz de esa derrota, finalmente vio que aquello con lo que había estado luchando durante todo ese tiempo no era alguien ni algo que ser superado, sino el verdadero amor por el que estaba peleando con todos sus esfuerzos para ganar y progresar.

Para muchos de nosotros, esto será también el auténtico despertar de nuestras vidas, despertando al hecho de que en nuestra ambición, y en todos los esquemas que trazamos para progresar, no estamos luchando con alguien o algo que ser superado por nuestra fuerza o ingenio; estamos luchando con la comunidad, el amor y con Dios. Y tomará indudablemente la derrota de nuestra propia fuerza (y  una permanente cojera) antes de que nos demos cuenta de aquello contra lo que estamos luchando. Entonces dejaremos de intentar ganar y, en vez de eso, nos agarraremos, como un hombre que se está ahogando, a este rostro del amor, pidiendo su bendición, una bendición que sólo podemos tener como regalo.

Creyendo que nuestra bendición consiste en ganar, nos esforzamos en alejar nuestras vidas de los demás hasta que un día, si somos lo bastante afortunados de ser derrotados, empecemos a pedir a otros que se agarren a nosotros.