Nos has hecho para ti, Señor, y nuestros corazones están inquietos hasta que descansen en ti.
Ninguna frase, fuera de la escritura, me ha hablado nunca de manera tan poderosa, persistente y sugerente como esa frase de san Agustín. En esencia, es la historia de la vida de Agustín y también la historia de cada una de nuestras propias vidas.
Conforme leo y estudio, con frecuencia me impresiona una llamativa frase de algún autor, que inmediatamente subrayo y copio. Tengo un cuaderno lleno de citas tomadas de Shakespeare, Aristóteles, Platón, Aquino, Teilhard, Einstein, Albert Camus, Steve Hawkings, Doris Lessing, Milan Kundera, John Steinbeck, Karl Rahner, Juan de la Cruz, Ruth Burrows, James Hillman, Anne Frank e Ivan Illich, entre otros. Aun así, la sugerente frase de Agustín sobresale entre todas ellas.
Lo que manifiesta es que existe una incurable inquietud en el interior de cada uno de nosotros que nos mantiene perpetuamente des-asosegados. Siempre he sentido esto fuertemente en mi propia vida y, siendo aún veinteañero, escribí un libro, El inquieto corazón, en el que traté de articular una espiritualidad para los inquietos (y quizás mayormente para mí mismo) tomando como componente principal esta frase de Agustín. A lo largo de los años, he estado atento a expresiones comparables y complementarias del famoso axioma de Agustín. He aquí algunas:
Karl Rahner, un renombrado teólogo de finales del siglo XX, escribiendo a un amigo que temía estar pasando por alto demasiadas cosas en la vida, le brindó este aviso: En la angustia de la insuficiencia de todo lo accesible, aprendemos que en esta vida no hay ninguna sinfonía acabada.
El autor bíblico Qohelet lo expresa de esta manera. En un pasaje bien conocido por la mayoría de nosotros (“hay un tiempo para cada cosa”) nos indica la armonía de la naturaleza como Dios la estableció. Nos dice que hay una bella armonía entre tiempo y naturaleza, y que cada cosa tiene su propio tiempo y lugar. Con todo, después acaba con esta sorprendente declaración: Dios ha hecho bellas todas las cosas a su propio tiempo, pero Dios ha puesto la infinitud en el corazón humano a fin de que estemos fuera de sincronía con el tiempo y las estaciones desde el principio hasta el fin. Nunca nos adaptamos pacíficamente a la armonía de las cosas, porque algo en nuestro interior está fuera del tiempo.
¿Y quién puede olvidar las sugerentes palabras de Anna Frank al escribir siendo una adolescente encerrada en un ático, ocultándose de los nazis, brincando fuera de su piel con la impaciencia de una adolescente y la ansiedad de un artista, diciendo que, simplemente, nunca puede estar del todo en el momento, porque quiero estar en todos lugares a la vez.
Doris Lessing, la novelista británica, asegura que en el interior de cada uno de nosotros hay una energía poderosa e implacable (“1000 voltios”) que nos mantiene perpetuamente des-asosegados. Escribiendo fuera de una perspectiva de fe, pregunta: ¿Para qué es esta energía? Responde: Para todas y cada una de las cosas: creatividad, amor, sexo, justicia. El escritor Albert Camus, ganador del premio Nobel, escribiendo igualmente fuera de cualquier perspectiva de fe, tenía esta interesante manera de entender el espíritu humano. Comparó estar dentro de la naturaleza humana con ser un prisionero atrapado dentro de una cárcel medieval. Las cárceles medievales estaban diseñadas para quebrar el ánimo del prisionero al encerrarlo en una estancia demasiado estrecha, de modo que nunca pudiera erguirse ni estirarse del todo. El techo estaba demasiado bajo y la estancia era demasiado angosta. La intención era que al fin esto quebrara el ánimo del prisionero. Para Camus, esa es la manera como nos sentimos en nuestra propia naturaleza. El mundo es simplemente demasiado pequeño como para que, en realidad, alguna vez podamos erguirnos o estirarnos, y esto destruye nuestro ánimo.
Estas son algunas patéticas expresiones de este des-asosiego, pero hay expresiones de él por todos lugares. El hinduismo habla de una cierta “nostalgia por el infinito” dentro de nosotros; Platón habla de una “locura divina” en el centro del alma; Shakespeare habla de nuestros “anhelos inmortales”; Ruth Burrows abre su autobiografía confesando que ella nació con una complejidad patológica que ha hecho de su vida una lucha”; James Hillman, en un brillante libro, El suicidio y el alma, afirma que la mayoría de los suicidios suceden porque el alma no está siendo oída y, consecuentemente, mata al cuerpo; y Philip Roth habla del vendaval de detalles que constituyen la confusión de la biografía humana.
La literatura, la filosofía, la poesía, el arte, la psicología, la biografía, la teología y la espiritualidad están repletas de expresiones de esta insaciabilidad del interior del alma humana, que en definitiva no pueden llegar a una plena paz con nada de este mundo. Pero esto es como debería ser. Para Agustín, escribiendo hace unos 1700 años, esta inquietud, esta infinitud, esta nostalgia, esta locura divina, estos 1000 voltios de energía que hay dentro de nosotros, esta complejidad patológica y esta confusión de la biografía humana que nos mantiene perpetuamente inquietos, es después de todo, nuestro mayor distintivo; es el regalo de la inmortalidad y divinidad que Dios nos da como parte constitutiva de nuestra alma.