Se refiere al amor conyugal. Es una expresión magnífica. La utiliza el Mensaje de la III Asamblea General del Sínodo de los Obispos. El amor conyugal es un milagro. Y por si acaso a alguien le suena a algo distante y excepcional, añade “aunque también es el más común”. Estamos ante un milagro bello, cercano; pertenece a la vida cotidiana. No consiste en la suspensión de las leyes de la naturaleza; consiste en la prodigiosa creatividad de la naturaleza y de la gracia.
Tal vez nos hemos acostumbrado a él. Nos resulta familiar.
Esta tarde quiero restregarme bien los ojos; quiero mirar fijamente y disfrutar de esa belleza. El amor conyugal tejido con la historia de un hombre y una mujer, que se encuentran, se atraen, se conocen, se comunican, sueñan un sueño común, se convierte en un milagro. Experimentan hasta el fondo que el amor les hace libres; sienten con fuerza la pertenencia y la reciprocidad. Entienden que el nacimiento del amor y la relación conyugal es lo mejor que les pasado en el vida.
La persona del cónyuge tiene el poder de contribuir a ese milagro, gracias a su presencia, a la irradiación de su amor. Despierta el deseo de ternura, de pasión y de posesión; pero, sobre todo, el gozo de la donación. Y el amor va creciendo en solidez y fortaleza. Durará para siempre en una fidelidad creativa, abierta a las sorpresas, capaz de diálogo y reconciliación de las diferencias.
Estos bellos milagros se pasean por nuestras calles. Irradian ternura y cercanía. Son ejemplos y signos elocuentes. En los pisos de las ciudades, en las casas de los pueblos, estos matrimonios son luz que alumbra y que calienta el alma.
A mí me reconcilian con la vida. Me hacen creíble el amor. Muestran que es posible, bello, atractivo. Me remiten y acercan a la experiencia y al testamento de Jesucristo “como yo os he amado”. Esta tarde quiero protestar contra mi propia inconsciencia. Quiero recuperar el asombro, el sobrecogimiento ante tantas parejas que se aman, que pasean su milagro por las calles sin darse importancia, que se besan y rezan. Necesito expresarle mi gratitud. Y mi admiración. Me gustaría que le llegara especialmente a aquellas que se han acostumbrado a ser un milagro. Y les cuesta emocionarse ante la belleza de la obra de arte que están construyendo entre los dos, día a día.
La Iglesia de Jesús que quiere ser una casa de puertas abiertas, que trata de vivir el mandamiento nuevo del amor, está llamada a reconocerse en estos matrimonios. Se ve reflejada ellos. Descubre el significado sacramental de su relación de amor. En ellos se auto-realizada la Iglesia. Ellos no constituyen solamente el objeto del cuidado pastoral de las comunidades cristianas; ellos son el sujeto activo que revela y realiza la Iglesia. La hacen presente, la renuevan. Su relación de amor y de ternura es evangelio y profecía para todos los demás.
Hoy, desde el fondo de mi vida cristiana, religiosa y sacerdotal, necesito decir a los matrimonios: Gracias por vuestro amor.