0. Donde se previene contra cierta frecuente tentación.
1. Donde se describen los ambientes llamados de segundo nivel
2. Donde se analizan algunas dificultades de los creyentes respecto a su participación.
3. Donde se dice lo mismo con algunos ejemplos.
0. Donde se previene contra cierta frecuente tentación
Cuando nos preguntamos por el dónde del compromiso laical, o de cualquier compromiso histórico de los cristianos, estamos expuestos a una doble tentación. O bien pensar que todo se reduce a cambiar el corazón del hombre y su ámbito de relación más personal (vocación, profesión, familia), o bien creer que hoy todo se juega a niveles de "macro", a niveles planetarios y, por lo tanto, que hay que luchar por, crear un "nuevo orden internacional" de relaciones humanas, económicas y sociales.
En el primer caso se tiene la óptica de lo cercano. Habría que limitarse a aquello en lo que realmente se puede garantizar un auténtico cambio o renovación. No habría que ser ambiciosos y pretender demasiado. Para ahorrar esfuerzo y evitar desilusiones innecesarias, que conducen, tarde o temprano, a la retirada de brazos caídos, al pasotismo e incluso a la violenta aceleración de los procesos históricos (terrorismo; activismo…).
En el segundo caso se subraya la índole interrelacional de la condición humana actual en que la economía, la política, las comunicaciones… están conectadas. Vivimos en la "aldea global" donde los problemas son comunes y afectan, en un modo u otro, a todos. Si queremos que el mensaje transformador cristiano sea eficaz habrá que incidir en este universo interrelacional. Habrá que insistir en cambiar lo que se halla comprometido bajo la categoría de "ser en el mundo" (la política, /a economía, la carrera de armamentos, los grandes problemas del hambre en el mundo, la deuda egterna, el analfabetismo…).
Reconociendo en ambas opciones planteamientos correctos, se puede, sin embargo, caer en el reduccionismo o miopia de pensar que todo pasa por Ia disyuntiva corazón-estructuras macroeconómicas. La persona no es solo autoconciencia (vocation, familia, trabajo) o ser en el mundo ("homo politicos"), sino tambien set con los otros, sobre todo con los mas cercanos. En estos ámbitos de relation es donde se juegan aspectos importantes de la vida y valores tan claros como la solidaridad, la participa-ción, la comunicación, la tolerancia… Tomarse en serio la laicidad supondrá aceptar el reto de la inserción en estos ambientes superando las tentaciones del intimismo, del pequeño círculo o los sueños de hacer algo por los "lejanos".
1. Donde se descríben los ambíentes Ilamados de "segundo nivel"
No vivimos solos. Nuestro mundo tampoco se reduce a lo estrictamente familiar. Los ladridos del perro de la del cuarto, la música estridente del joven de la puerta de al lade, la calefacción que no funciona, el parque clue nos quieren guitar para construir unos grandes almacenes, la huelga de los empleados de la limpieza, los olores subsiguientes y el escrito de protesta contra la subida del metro que acabo de fírmar, me recuerdan, a veces dolorosamente, que vivo con "los otros".
Lo que hemos llamado "segundo nivel" es precisamente nuestro pequeño mundo: el barrio con sus problemas, la pequefla ciudad, el colegio, la parroquia, el síndicato, las plataformas populares… Son los ámbitos de relación en los cuales se desenvuelve nuestra vida ordinaria y en los cuales podemos y debemos decir una palabra de participation y solidaridad.
Quien mira atentamente los entresijos de cualquiera de nuestras ciudades ("pongamos que hablo de Madrid"), se da cuenta de que lo que realmente está en peligro no es tanto la ecología o el medio ambiente, sino el hombre mismo. Nuestras ciudades se basan en el anonimato, en Ia movilidad extrema, en la prisa, en Ia incomunicación… que impiden la experiencia de una profunda socialización. Ya no se da una verdadera infancia. Se han roto las tradiciones de las que todo hombre tiene que vivir para llegar a ser hombre. Todo se acelera. Todo se vuelve frío y extraña. Las relaciones humanas se reducen a hablar del tiempo en el ascensor o a dar los buenos días.
Dentro de nuestras ciudades hacen falta nuevas formas de vida que se presenten como alternativas con rostro humano, que vivan de otro modo y den la vida (la pro-existencia de Jesús y /os que "de mayores quieren ser como al") a los demás. Urgen personas que vivan con plenitud la cotidianidad desde dentro, con sus contradicciones y luchas, con el peso prosaico de los días, demostrando en su existencia que aún es posible vivir en una sociedad como la nuestra.
Aunque hoy en día está en crisis el\’ asociacionismo en general y el político en particular, las plataformas populares comunitarias siguen teniendo vigencia en este nivel social. Las asociaciones de vecinos, comisiones de cultura, sanidad, festejos… han ido surgiendo como algo, casi natural para canalizar las opiniones y reclamaciones del ciudadano de\’ a pie. Son, pues, los cauces ordinarios de la acción transformadora.
2. Donde se analizan algunas dificultades de los creyentes respecto a su participación
a) Ya hemos aludido a la crisis del fenómeno asociativo en general. Dentro de la Iglesia estamos asistiendo en estos últimos años, sin embargo, a un fuerte- impulso de los movimientos asociativos laicales. Este tipo de asociacionismo que se extiende a todos los niveles dentro de la \’Iglesia contrasta con la nula o escasa presencia de los creyentes en "otro tipo" de asociaciones.
Puede ser que estemos viviendo en la Iglesia un fenómeno que no es nuevo. La sensación de sentirnos como acosados, atacados, o al menos, ignorados en la sociedad actual. Lo católico equivale a "comecocos" a oscurantismo, a "poco moderno". La denuncia de los Obispos españoles se ha dejado oír más de una vez. Ante este acoso existe una estrategia que se ha seguido con frecuencia pero que es peligrosa: encastillarse y cortar puentes de acceso.
Quizás este "síndrome de sitio" pueda explicar de algún modo la acentuación de la tendencia (por otra parte natural) de favorecer asociaciones y grupos de "iguales". En ellos encontramos consuelo y apoyo frente a los problemas de la vida diaria. Con la gente como yo, recargo las pilas para afrontar el duro desierto semanal del trabajo, la vida social, la familia… Lo diverso nos da miedo. Nos crea problemas.
Ser cristiano significa aceptar el reto de la encamación en lo diverso. Como el Verbo se ha hecho diverso haciéndose carne, así la comunidad de los creyentes debe hacerse presente en todas las situaciones humanas. No caben huidas o miedos a perdemos en el intento. No se trata de presuntuosas temeridades inconscientes. Quien ha visto a su Dios actuar, tiene que ser y actuar como él, con todos los respetos, que "vivir como Dios".
Por eso, los creyentes no pueden ser espectadores de la historia. Si "la gloria de Dios es el hombre vivo", allí donde la Iglesia promueve la vida del hombre, lucha por la calidad de vida, por la defensa de lo creado, por una sanidad mejor, por la erradicación de las chabolas o contra la droga en los barrios, está celebrando la gloria de Dios. No hay situación, sobre todo si hay harapos, miseria o soledad por medio, a la que los creyentes se puedan sentir extraños.
Si "Dios ha tenido tiempo para el hombre" (K. Barth), quienes siguen y adoran a un Dios así, deben tener tiempo para su gloria. Hay que aceptar el desafío de la historia. Quizás ya va siendo hora de que nos metamos en la coordinadora de barrios, o en la asociación de vecinos, sin recetas ni dogmatismos, pero sin complejos. En estos espacios, no marcados por la etiqueta de lo igual, es donde los laicos son más necesarios en cuanto laicos.
b) Lo que sucede es que muchos laicos han intentado salir al encuentro de "lo otro"., insertarse en este tipo de asociaciones, pero se han retirado para no sucumbir a la politización, o porque no sabían exactamente cuál era su aportación específica cristiana.
El Evangelio posee una cualidad que tratamos de silenciar o edulcorar en nuestra vida diaria: el Evangelio es peligroso. Hay un dicho de Jesús que ha recogido el Evangelio apócrifo de Tomás que nos lo recuerda:
"El que está cerca de mí, está cerca del fuego, el que está lejos de mí, está lejos del Reino".
Asumir esta categoría del seguimiento de Cristo nos va a llevar a aceptar, en nombre del Evangelio, nuestra presencia en lugares y situaciones incómodas o comprometidas.
Aceptar la lógica de Dios, la lógica de la encarnación, supone necesariamente ser "partidista" No en la línea de los intereses de los grandes y poderosos, sino en la línea de los más débiles. Cada cristiano, como toda la Iglesia, se siente débil y pobre, incapaz de ofrecer soluciones o recetas para problemas tan complejos. Desde la fuerza de la Cruz de su Señor, fracasado y justificado en la Resurrección, los creyentes encuentran las razones de su esperanza en la transformación de la historia. Caminando los senderos en los que el hombre de hoy construye su vida y su futuro, los creyentes anuncian y comparten la alegría y la esperanza que nacen del "Si" de Dios a la humanidad en Jesucristo. Para la comunidad cristiana los programas de mayor justicia, libertad, calidad de vida, humanización… no son simples "buenos deseos", sino algo ya dado en la vida y obra de un vecino de esta "aldea cósmica": Jesús de Nazaret.
El recurso a Jesús no puede ser nunca para un creyente algo paralizante o reaccionario, sino profundamente esperanzador. La esperanza de la resurrección significa la resurrección de la esperanza, incluso donde no parece caber semejante pretensión.
Pero también el recurso a Jesús hace que el creyente y la Iglesia sean testigos del "No" con que Dios ha juzgado en la cruz de Cristo a todos los crucificadores de la historia. El seguidor del crucificado es libre y subversivo frente a todo tipo de componendas y trapicheos con la explotación y la lógica del poder de los más fuertes.
Quien ha nacido a los pies de la cruz y continua peregrinando desde el costado abierto por el largo viernes santo de la historia de los hombres, no puede ser triunfa-lista ni "adaptarse" a este mundo. Este carácter crítico frente a toda realización miope, no significa falta de compromiso histórico o crítica fácil en nombre de metas más altas.
El creyente debe asumir, al mismo tiempo, las esperanzas humanas y darlas nombre y realidad en el horizonte de la resurrección, que, por una parte defiende todo compromiso auténtico de lucha por la liberación del hombre y, por otra, relativiza cualquier absolutización de metas terrenas. La fe en el Crucificado — Resucitado exige dar la vida a cuanto yace en "sombras de muerte" y exige hacer añicos cualquier ídolo que quiere suplantar la vida.
Vivir desde esta doble perspectiva de inserción comprometida y lejanía crítica, conlleva riesgos y peligros. Sería más fácil, ceder a la tentación del activismo sin pensar en más, o bien mantenerse al margen como conciencia crítica de cualquier realización parcial. El creyente vive en su carne la tensión entre la mística y la política.
3. Donde se dice lo mismo con algunos ejemplos
Dentro de lo que hemos llamado "segundo nivel" existen numerosos ámbitos en los cuales el creyente puede desarrollar su acción. Para clarificar lo más posible, los hemos agrupado en tres bloques:
3.1. Las plataformas populares comunitarias
Son el punto de confluencia de la solidaridad y la lucha de muchas personas por necesidades y derechos fundamentales. Se trata de asociaciones que aseguran y consolidan desde lo popular y cercano la convivencia Libre y participativa. En un momento en que la sensibilidad histórica nos dice que es mejor que haya más sociedad y menos Estado, estas asociaciones canalizan de múltiples modos la democracia real y el interés de los ciudadanos para resolver sus problemas.
Su importancia está fuera de duda. "Una sociedad cuyas estructuras asociativas son escasas o deficientes es humanamente poco desarrollada, poco participativa y pone en peligro la libertad y el protagonismo de la sociedad frente al creciente poder de la Administración". Este párrafo de nuestros Obispos españoles es un toque de atención. Los cristianos no sólo deben participar activamente en estas plataformas populares, sino "promoverlas (…) como una forma importante de cumplir sus responsabilidades en la construcción del bien común".
Entre estas plataformas en que los cristianos pueden y deben hacerse presentes como servidores de sus hermanos, cabe destacar:
• Asociaciones de vecinos
• Asociaciones culturales
• Comisiones de urbanismo, sanidad, festejos …
• Asociaciones ecológicas
• Madres contra la droga
La tarea del creyente en estos grupos es clave. Además de hacer efectiva la encarnación de los valores evangélicos con su presencia, puede contribuir a dar profundidad y horizonte a estas asociaciones.
Aún queda demasiado pragmatismo y poca solidaridad real con los más necesitados, el culto al bienestar como fin, la facilidad para la crítica destructiva, la intolerancia y agresividad, el no saber trabajar en grupo y la falta de diálogo, la carencia de horizontes en el planteamiento de la existencia humana.
El creyente sabe que él no es el salvador de nada ni de nadie, pero desde su fe puede ofrecer sus aportaciones, tan válidas, al menos, como otras. No hay que tener complejos y entrar en diálogo no sólo teórico con los demás.
Dentro de estas estructuras comunitarias populares podríamos situar la parroquia. Sin duda, si se trata de una parroquia cada vez más evangelizadora, su presencia se dejará sentir en el banjo al lado de las restantes asociaciones antes mencionadas.
Existe el peligro de convertir la parroquia en un grupo cerrado a los iguales, a aquellos que vienen ya, que cumplen, que están comprometidos… Cuando se habla del servicio del laico en la parroquia, con frecuencia se piensa en labores de catequesis, animación litúrgica, caritativo-asistenciales, o, incluso, dirigentes o administrativas (Consejos Pastorales, Consejo de Economía), pero se pierde la perspectiva de evangelización misionera que debe dar la cualificación a todo el obrar parroquia/. La labor del laicado en la parroquia, aun dependiendo de carismas personales deberá privilegiar el encuentro con "los otros": los más alejados de la pastoral parroquial, los más pobres, (que no siempre coincide con los alejados), los divorciados, los trabajadores extranjeros, los drogadictos
marginados..: Quizás la labor de los laicos no sea el llevarlos a la parroquia, cuanto hacer presente la parroquia entre ellos y abrir ventanas a las preocupaciones parroquiales.
Lógicamente, un laico comprometido en un trabajo más misionero necesitará encontrar a su comunidad parroquia], necesitará celebrar con ella su fe, orar con sus hermanos, vivir la comunión, escuchar la palabra… No se trata de contraponer servicios, sino posibilitar al máximo la comunión de los carismas desde el servicio a la misión, que es la ratón de ser de la parroquia.
Desde los cuatro ejes que articulan la vida de la Iglesia para la misión, se abren muchas posibilidades de participación para el laicado:
• Respecto al anuncio de la Palabra (kerigma) además de la catequesis a todos los niveles (niños, adolescentes, jóvenes, adultos), habría que potenciar los carismas de la reflexión teológica entre los adultos. Aquí habría que recuperar uno de los carismas del laicado en la antigüedad (Cfr. Folleto I). Si hubiese más teólogos laicos, sin duda nuestra teología y nuestra praxis pastoral cambiarían un tanto.
Otro carisma, ya presente en la antigüedad que se podría ir recuperando es el de la dirección espiritual confiada a algunos laicos.
• Respecto a la construcción de la Comunidad hacia dentro (Koinonía) cabría la creación de comunidades con los cercanos y los alejados, la responsabilidad en la comunicación y administración de los bienes.
• Respecto a la dimensión de Servicio hacia fuera (diakonía) las posibilidades son muchas e irán surgiendo más. Al lado de labores de tipo asistencial clásico (Caritas), habría que potenciar la presencia de a parroquia entre los ancianos solos, enfermos… el diálogo con otros grupos de promoción social, la acción, más o menos directa según los casos, entre marginados… La pastoral con los sectores más problemáticos, (divorciados o separados, alejados)…
• Respecto a la dimensión celebrativa de la fe (Liturgia), habría que seguir trabajando por redimensionar el sentido comunitario de /a celebración, la forma-don litúrgica de los animadores, la preparación seria y festiva, facilitar la experiencia de espacios de oración.
3.2. La acción profesional y sindical
Es necesario ir más lejos. Hacer efectiva la solidaridad exigirá en muchos casos una seria preparación social, jurídica o sindical. Las justas reivindicaciones laborales no se logran solo con buenos deseos.
Llevamos más de una década bajo el signo de la crisis económica. El progresivo empobrecimiento de. la población y el terrible lastre del paro con sus secuelas (peleas y tensiones en el hogar, huída a paraísos artificiales: droga, alcohol…) no puede dejar impasible o inactiva a la comunidad cristiana.
Afortunadamente dentro de la Iglesia han surgido ya movimientos de solidaridad que han hecho del paro y de la crisis económica algo más que datos para criticar al gobierno. Las comisiones diocesanas de lucha contra el paro están movilizando a los creyentes a compartir su sueldo con los parados desde la conciencia de fraternidad y de justicia (los hombros de los más débiles siguen soportando el peso de la crisis).
El problema de la crisis económica y sus consecuencias es una Ramada clara a cambiar de actitud, a convertirnos. Ya está bien de echarle el muerto a los demás ("es que este sistema capitalista…" "es que si los empresarios…") Tenemos que convertimos, "volvemos" hacia nuestros hermanos. Convertir nuestros pies para acercarnos al problema, conocer a los parados y sus tensiones. Cuando nos acerquemos, veremos que el paro no es ante todo un problema de macroeconomía, de técnica de inversiones, cuanto un problema humano. Los números no inquietan nuestra conciencia, una llamada angustiosa que pide pan a la puerta de mi casa, puede que
Quien se acerca y conoce el problema, habla de él de otro modo. No basta manejar cifras mientras tenemos el sueldo seguro. Es poco ético hablar de los parados como gente ociosa o aprovechada desde la atalaya de la seguridad.
La Conversión de la boca lleva a la del corazón y lo que está más cerca del corazón: la cartera. Pero no es suficiente dar. Quien siente el problema como algo propio empezará a orientar su vida de forma distinta, sin lujos inútiles, con austeridad, compartiendo algo de lo que muchos sufren continuamente.
Y quizás la conversión más difícil y necesaria, la conversión de nuestra energía política. La época en que vivimos no nos permite el lujo de contentarnos con la caridad. Aunque no existan alternativas claras y viables, el creyente laico desde su formación buscará soluciones, nuevos modelos de trabajo o económicos y cauces de participación en las organizaciones sindicales o empresariales.
La reciente historia del sindicalismo español, la desbandada de muchos católicos hacia sindicatos politizados, el haberse sentido "utilizadas" muchas estructuras católicas obreras, han provocado el absentismo de muchos laicos del terreno sindical. La búsqueda de alternativas más justas en el trabajo y en la sociedad pasa, sin embargo, a través del sindicato. Como cristianos solidarios con la marcha de la historia no podemos desentendemos del movimiento obrero, a pesar de que "este salpicado de dolores, tensiones y dificultades". (CVP, nº 172. "Los Católicos en la vida pública").
3.3. La acción educativo-cultural
En el terreno de la educación se está jugando gran parte del futuro de la evangelización. No cabe tampoco aquí el absentismo de los creyentes. Las Asociaciones de Padres de Alumnos, tanto de colegios públicos como privados deben de ser la plataforma desde la cual actuemos por asegurar una educación integral. La presencia de cristianos en las APAS y en asociaciones de profesionales de la educación será la garantía de una autentica libertad de enseñanza y de efectividad práctica.
Las APAS no tienen solo su campo en la escuela "laica", come si fuesen lugares que habría que "reconquistar" pare la fe. Aunque ciertamente los padres y profesores cristianos deberán luchar para que se garantice una educación religiosa en /a escuela pública, la escuela Nevada por religiosos es también campo de acción de los creyentes.
En estos espacios, los religiosos, profesores cristianos y padres de alumnos, deberán coordinarse para garantizar que la escuela católica sea un verdadero ámbito de evangelización. Un creyente deberá luchar para que /a escuela no se haga elitista, para que los valores de la solidaridad, la tolerancia, el respeto a los demás… no queden escondidos tras la fachada oficial católica. Tanto en la escuela pública como en la privada, la presencia de cristianos en APAS y colectivos docentes debería significar siempre una apuesta decidida por la evangelización y una critica contra todo lo que no la favorezca. Los laicos deben ser, sin complejos, memoria y conciencia de los mismos religiosos educadores. Sus documentos e idearios son hermosos, sinceros y evangélicos, pero frecuentemente han hecho pactos con la mediocridad y el aburguesamiento en su trabajo. Y no baste sólo la corrección. Urgen colaboradores en múltiples campos: actividades extraescolares, conferencias, fiestas colegiales, campamento… El apoyo a la educación integral se mide por el reloj.
El mundo de la Universidad está reclamando urgentemente la presencia de laicos como fermento de evangelio. El testimonio personal de la fe es ciertamente fundamental, pero carece de incidencia en .el ámbito más amplio de la vida universitaria. Nuestros jóvenes creyentes necesitan ser acompañados en este ámbito difícil donde los valores de la fe pueden comenzar a chocar con los de la cultura.
En el ámbito difícil de la Universidad urgen sobre todo testigos claros que hagan ver la posibilidad del encuentro entre la culture actual asumida con sinceridad y la fe en Cristo. Esta doble fidelidad, a la historia y a la fe, se hace cada vez más necesaria para evitar rupturas o dicotomías peligrosas. El absentismo de católicos relevantes, la casi nula presencia de grupos cristianos y el desencanto de los que existieron, está provocando la aparición de grupos "de criterios claros" (fidelidad al deposito de la fe) pero cuya fidelidad al hoy histórico dista de ser real. Con ello, la fe se ye como algo anclado en las oscuridades del tiempo. Hay que dejarla de lado si se quiere ser moderno.
El arte, la literatura, el cine, el deporte, y los medios de comunicación social son cauces, con mucha frecuencia inutilizados para canalizar la acción transformadora de los creyentes. Quizás no sea tan vital el hacer surgir medios (periódicos, emisoras, revistas…) paralelos a los ya existentes. Probablemente el camino sea la inserción de laicos dentro de los medios de comunicación social. Ello exigirá una preparación profesional seria y competitiva, así como valentía para asumir el reto de la encarnación en "lo otro".
Junto a esta labor de los "profesionales" desde dentro de los periódicos, existen otras tareas para quienes no tengan este carisma. A todos nos compete el sensibilizar la opinión pública mediante el use de los recursos a nuestro alcance: cartas al director, colaboración con emisoras de corto alcance, escritos colectivos sobre determinados problemas… El creyente debe ser un apasionado de la verdad (CVP, 157), para decirla y actuarla. En este terreno llama la atención lo poco, que contribuimos los creyentes a sensibilizar la opinión. Cuando se hace, suele ser siempre ligado a determinados temas (moralidad pública, por ejemplo, y nada más que eso).
En una sociedad postmodema que nada en un mar de ambigüedades en lo que respecta a los valores, los creyentes, personal y colectivamente, están llamados a ofrecer sus valoraciones, pocas pero claras. Así mismo la comunidad cristiana debería ofrecerse para ser altavoz de los usuarios de los medios que se sienten muchas veces injustamente agredidos. Tampoco estaría nada mal que en la información religiosa apareciera la Iglesia como realmente es. A pesar del esfuerzo realizado, los Obispos y el clero siguen copando los primeros planos de la actualidad informativa.
8. PARA COMPLETAR
— Católicos en la vida pública.
— Constructores de paz. Cap. I, 2-4.
C. OPERACIONES
1. En el punto 3.1. donde se describen una serie de plataformas comunitarias, descubrir cuáles de ellas están presentes en tu situación y si hay alguna que falte, y hasta qué punto exigen nuestra presencia en ellas.
2. Subrayar cómo está viviendo el grupo la tensión entre mística y política (punto 2.b.).
3. Analizar en nuestra parroquia, colegio, etc. qué actividades se están privilegiando por parte de los laicos y cuáles deberían ser las más adecuadas.
9. Como sugerencia seria bueno una experiencia de contraste: visitar un convento de clausura, ver la actividad en hospitales, cárceles..