Si por el don de Sabiduría llegamos al conocimiento de los misterios divinos, del Amor creador, por el don de Ciencia se nos concede valorar rectamente las realidades temporales, la creación.
Los juicios de valor sobre los hechos, los acontecimientos, los medios, suelen estar afectados por ideologías, partidismos, intereses, parcialidades subjetivas, deformación…
El relativismo, la cultura actual, los afanes políticos, las corrientes de pensamiento dominante suelen determinar el modo de comprender, de estimar o de rechazar las distintas realidades.
Cabe acoger o rechazar la revelación, someterla a los criterios humanos o aceptarla como luz que ilumina toda la historia.
“La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron” (Jn 1, 9-11).
Jesús, en diversas ocasiones, advierte del riesgo de pensar según el mundo y no según Dios. A su vez, nos promete el regalo del Espíritu de la Verdad, que nos guiará a la verdad plena. Don que debemos pedir y acoger, para obrar con rectitud de corazón y con la mayor objetividad.
“Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros.” (Jn 14, 16-17)
La verdad nos hace libres. Por la presencia del Espíritu en el corazón de los creyentes es posible permanecer con criterio diferente, en un ambiente hostil, sin caer en posiciones fundamentalistas, sino como servidores de la verdad. “Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio” (Jn 15, 26-27).
Por el don de Ciencia se nos concede el detector para discernir la verdad de la mentira, y se nos hace posible estimar la creación entera como criaturas, descubrir la belleza y armonía que contiene todo lo creado, sin caer en ninguna idolatría.
“¡Ven, Espíritu Santo, y concédenos el Don de CIENCIA”!