Ven, Espíritu Santo, y derrama sobre nosotros el don de PIEDAD

21 de mayo de 2010

Por el don de piedad nos hacemos conscientes de nuestra identidad de hijos adoptivos de Dios y de la fraternidad humana. Hijos en el Hijo, creados a imagen del Primogénito por el Hálito divino. Esta identidad, por gracia del Espíritu, se explicita en actitud dócil y respetuosa para con Dios y en gestos entrañables y solidarios para con los hermanos.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Por el don de piedad, el corazón de piedra se convierte en corazón de carne. “Yo les daré un solo corazón y pondré en ellos un espíritu nuevo: quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que caminen según mis preceptos, observen mis normas y las pongan en práctica, y así sean mi pueblo y yo sea su Dios.” (Ez 11, 19-20)

Ternura de Dios efundida en el corazón humano, entrañas divinas, prolongadas por los gestos piadosos de todos los que han sido hechos a imagen del Creador. Y ningún gesto más piadoso que el de María, la mujer que acogió en su seno al Verbo, que ella tomó carne, y de ella nació y por ella fue amamantado. El Hijo amado de Dios creció en el regazo de la Nazarena, balbuceó las primeras palabras ante la mirada silenciosa y contemplativa de María. Murió en la presencia fuerte de la Mujer bendita, que recibió el cuerpo yacente de Jesús con el dolor de una nueva maternidad.

La Piedad se aplica a María, el sexto dolor, y en ella recibimos la enseñanza de cómo relacionarnos con quien amó tanto al mundo que le entregó a su Hijo, y con los que han sido redimidos por la sangre redentora.

Por el don de Piedad se vence todo inclinación intolerante, violenta, impaciente, y se reacciona con ternura, amabilidad, comprensión, perdón. Es el don que hace posible la convivencia por los sentimientos compasivos, fraternos, que nacen de la experiencia de llamar “Padre” a Dios, y de tratarlo como dador del don de la vida, participación sagrada que los humanos tenemos en Aquel que es la Vida.

Estamos invitados a acrecentar la civilización del amor, de la belleza, de la bondad, y no hay forma más elocuente de hacerlo que convertirnos en prolongadores, por gestos religiosos y humanitarios, de la vocación y mandamiento que nos dio Jesús, nuestro hermano mayor.

“¡Ven, Espíritu Santo, infúndenos el don de Piedad!”