En un primer momento, la interpretación del significado de este don puede alimentar reacciones religiosas naturales de miedo ante Aquel que puede castigar, porque es Todopoderoso y, atribuyéndole reacciones a la manera de los humanos, se piensa que si se le ofende y tiene poder, puede responder de forma airada, vengativa, de la que no se puede huir ni esconderse, porque Él lo ve todo, lo sabe todo. Esta interpretación dista mucho de lo que significa el don de Temor de Dios del Espíritu Santo.
Se trata de un temor filial, reverencial, que evita ser temerario por excesiva seguridad en uno mismo. Es camino de humildad, de ser conscientes de la naturaleza frágil, pero a su vez con la certeza del acompañamiento de quien ha prometido estar a nuestro lado.
Si recordamos las palabras de Jesús, que dice explícitamente: “El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho. Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde” (Jn 14, 26-27), la explicación del don de Temor de Dios y su vivencia deberán ser compatibles con el Evangelio.
Es diferente tener un corazón contrito, humilde, confiado, que estar atemorizado. El don del Espíritu mueve a dolor por haber ofendido a Dios, deja sentir la ingratitud que supone el pecado, la desobediencia a su voluntad. Pero siempre debe ser un sentimiento sereno, por la certeza de la misericordia divina.
El don de Temor de Dios, don del Espíritu, es muy necesario en todo tiempo para no errar en el trato con Dios, proyectando sobre Él deísmos que confunden y apartan de la fe. Actualmente, se justifica el exilio que algunos deciden de abandonar la Iglesia, en razón de la imagen terrible que se ha predicado de Dios. Sin caer en otra posible manipulación, como sería presentar a un dios bonachón, el Espíritu nos concede la respuesta de mantener una actitud de respeto y de confianza, a la vez, de temor a la propia debilidad y de amor.
El don de Temor significa responsabilidad en la administración de los dones recibidos y preocupación por ser solidarios con ellos y fieles a la gracia. "Queridos míos, purifiquémonos de toda mancha de la carne y del espíritu, consumando la santificación en el temor de Dios» (2 Cor 7, 1).
“¡Ven, Espíritu Santo, infúndenos el don de Temor de Dios!”