Los teólogos, siempre atentos al lenguaje para hablar de Dios, a veces no caen en la cuenta de que el lenguaje sobra cuando se habla de Dios. En su manera, en el fondo ingenua de referirse a la fe, enredada en palabras técnicas, dice que hay una fe ‘quae’, que es aquello en lo que creemos y la llaman fe objetiva; y una fe ‘qua’ que apunta a la calidad y la hondura con la que cada cual cree.
Una es sólo para los libros; la otra, es la propia del corazón sumiso y adorador, cercano a la bienaventuranza de los ‘pobres’. Éstos, despojados, incluso de argumentos ‘de credibilidad’ -se dice- creen lo que la Iglesia les dice que crean. Son felices con su fe, desde la que interpretan lo que cada día ocurre. Y lo que ocurre es que cada día y momento se fían de Jesús.
“Me gusta que sepas reconocerme y decir con los ojos vendados: ¡es El!”. (G. Bossis).
“Lo infinito de siempre está en lo finito de cada momento” X Proverbio Zen).
El gran acontecimiento espiritual, que justifica la relación honda y verdadera con el misterio de Dios, es: ‘crean como si vieran’ (cf Hb ID; además esa breve e intensa referencia que nos ha dejado Pedro, referida al Cristo Jesús de nuestra fe: “No habéis visto a Jesús y le amáis; no le veis y creéis en Él, veáis, rebosando de alegría inefable y gloriosa” (1 Pe 1,8).
La fe como seguridad en la Palabra de Dios; la fe como quien con su varita de ciego palpa el espacio; la de quien cuenta con ella como una mano que ayuda a atravesar la calle, o, que te quita obstáculos ‘a tu paso’, y te deja libre el entorno oscuro pero cierto por donde pisas para que tu pie no tropiece en la piedra.
No son tanto los bellos pensamientos los que modifican nuestra vida, como los acontecimientos cotidianos, vividos en fe. La fe del que se fía, aun siendo oscura, es luz… Dios nos deja sus ojos… Aunque sólo para el corazón no ‘acostumbrado’, siempre deslumbrado por un acontecimiento que justifica el vivir.
Nicolás Caballero, cmf
Artículo publicado en la revista "Iris de Paz" XXXIII-nº1