A veces uno puede observar muchas cosas con solo mirar. Ese es uno de los desgraciados aforismos de Yogi Berra. Es, desde luego, una inteligente expresión; pero, tristemente, quizás en su mayor parte lo contrario es más cierto. Generalmente, hacemos muchas cosas mirando pero sin ver mucho. Ver implica más que tener buen alcance de vista. Puede ser que nuestros ojos estén ampliamente abiertos y, en cambio, nosotros veamos muy poco.
Siempre he estado intrigado por cómo la escritura describe a Pablo inmediatamente después de su conversión. Siempre asumimos que nos dice que Pablo quedó cegado por su visión, pero -creo yo- el texto implica algo más. Nos dice que Pablo se levantó del suelo con sus ojos bien abiertos, pero sin ver nada. Eso no se equipara necesariamente con la ceguera física. Puede ser que él haya estado viendo físicamente, pero no viendo el significado de lo que le estaba sucediendo por dentro. Alguien tenía que venir a abrirle los ojos, no precisamente para que pudiera ver físicamente de nuevo, sino especialmente para que pudiera ver más profundamente en el misterio de Cristo. Ver, ver de verdad, implica algo más que tener ojos físicamente sanos y abiertos. Todos nosotros vemos la superficie exterior de las cosas, pero lo que está debajo no es visto tan automáticamente.
Vemos esto, por ejemplo, en el contenido interno de los sanadores milagros de Jesús. En los Evangelios, vemos a Jesús realizar algunas curaciones a cojos, sordos, mudos, leprosos y a dos mujeres que por diferentes razones no pueden quedar embarazadas. Lo que es importante ver en estos diferentes milagros es que, casi siempre, hay más en disputa que simple curación física. Jesús cura a la gente de modo más profundo, esto es, cura a los cojos para que puedan caminar en libertad y en servicio de Dios. Cura a los sordos para que puedan oír la Buena Noticia. Cura a los mudos para que puedan abrir sus bocas en alabanza. Y cura a quienes tienen hemorragia interiormente para que puedan traer a nacimiento una nueva vida.
Vemos esto de la manera más clara en aquellas ocasiones en que Jesús cura a gente que sufre de ceguera. Él les da algo más que la sola visión física; les abre los ojos para que puedan ver más profundamente. Pero eso es sólo una imagen. ¿Cómo podría ser interpretado? ¿Cómo la gracia y las enseñanzas de Jesús pueden ayudarnos a ver con más profundad? Aquí van algunas sugerencias:
- Cambiando nuestros ojos de ver por medio de la familiaridad a ver por medio de la admiración.
G. K. Chesterton afirmó una vez que la familiaridad es la más grande de todas las ilusiones y que el secreto para la vida es aprender a mirar las cosas familiares hasta que de nuevo parecen no familiares. Abrimos nuestros ojos a la profundidad cuando nos abrimos a la admiración.
- Cambiando nuestros ojos de ver por medio de la paranoia y autoprotección a ver por medio de metanoia y formación.
No es accidental que la primera palabra pronunciada por Jesús en los Evangelios Sinópticos sea “metanoia”, una palabra que se opone a “paranoia”. Nosotros abrimos los ojos a la profundidad cuando pasamos de una postura de autoprotección a una postura de formación.
- Cambiando nuestro ojos de ver por medio de la envidia a ver por medio del asombro.
Nuestra percepción viene a estar distorsionada cuando pasamos del feliz estado de admiración al infeliz estado de envidia. Nuestra visión es clara cuando gozamos asombrándonos.
- Cambiando nuestros ojos de ver por medio de la amargura a ver por medio de unos ojos purificados y ablandados por la aflicción.
La raíz de la amargura es la herida, y la salida de la amargura es el dolor. Las lágrimas aclaran nuestra visión porque ablandan un corazón endurecido por la herida.
- Cambiando nuestros ojos de ver por medio de la fantasía y autoerotismo a ver por medio del aprecio y oración.
Uno de los movimientos claves de nuestras vidas espirituales es el movimiento de la fantasía a la oración, un movimiento que finalmente nos libera de desear presionarnos por todo lo que es bello para apreciar la belleza por su propio motivo. Sólo podemos ver en realidad y apreciar la belleza cuando dejamos de codiciarla.
- Cambiando nuestros ojos de ver por medio de la relevancia a ver por medio de la contemplación.
Nuestro anhelo por la relevancia nos hace asomarnos al mundo con ojos inquietos e insatisfechos. Practicamos la prudencia y vemos la riqueza del momento presente sólo cuando nuestro desasosiego es acallado por la soledad.
- Cambiando nuestros ojos de ver por medio de la ira a ver por medio del perdón.
Nada mancha nuestra visión tanto como la ira. Es la más debilitante de todas las cataratas. Y nada limpia nuestra visión tanto como el perdón. Nadie que tenga rencor ve con claridad.
- Cambiando nuestros ojos de ver por medio del ansia y el hambre a ver por medio de la gratitud.
El ansia y el hambre distorsionan nuestra visión. La gratitud la restaura y habilita la visión. La persona más agradecida que conozcas tiene el mejor campo de visión de todos esos conocidos.
¡El amor es el ojo con que mirar! Así dicen los místicos medievales en sabiduría que necesita ser añadida al vocabulario médico de la optometría contemporánea. Ver con claridad tiene más dimensiones de lo que normalmente nos imaginamos.