La Liturgia, sin dejar de evocar las palabras consoladoras que han remecido la semana de belleza -“Paz”, “bien”, “justicia”, “entrañas”, “árbol” “acequia”, nos llama la atención por si avanza el tiempo y no nos abrimos al mensaje liberador.
En nuestra mano está gozar de tanta paz como agua de un río caudaloso, de justicia y santidad como las olas del mar, de fecundidad como las arenas de la playa, de frutos en su sazón como árbol que crece junto a la corriente, de frondosidad como árboles junto a la acequia.
A veces, cuando nos resistimos para defendernos de la exigencia renovadora, en vez de dejarnos impactar por la belleza y la bondad, argumentamos con la crítica, buscamos los posibles defectos de los demás, y así justificamos nuestra resistencia, como les sucedió a algunos contemporáneos de Jesús, según denuncia el Evangelio.
Duele la posibilidad de continuar inflexibles ante tanta generosidad de Dios como estamos percibiendo.
“Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos y medita la ley del Señor, día y noche”.
En tu conducta y proyecto de vida, ¿por quién te dejas acompañar?
¿Sigues consignas partidistas, o te diriges por la Palabra de Dios?
¿Decides lo que más paz te da, o estás enredado en sofismas autojustificativos?
El que sigue al Señor tendrá la luz de la vida.