Los viernes, en el tiempo de Cuaresma, tienen una especial resonancia, por la memoria de la Pasión de Cristo.
Jesús dice: “Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán” (Mc 2,20). De nuevo la categoría tiempo se nos ofrece como acicate para practicar el bien.
La virtud, la fe, la identidad cristiana son para las ocasiones, no para los rincones. Los viernes recordamos el día en que murió Jesús. Una forma de acompañarlo es con el ejercicio solidario de la abstinencia y el ayuno. El profeta nos brinda un significado muy convincente: “El ayuno que yo quiero es este: abrir las prisiones injustas, partir el pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne” (Is 58,6-7).
Sorprende que, cuando uno se atreve a ser generoso, nunca pierde: “Entonces romperá tu luz como la aurora, brotará la carne sana, clamarás al Señor y te responderá”.
Los que practican la misericordia conocen lo que es el amor de Dios, y llegan a saber lo que significa la relación esponsal en el tiempo de consolación y en el de la desolación. Quien se da, se afirma. Quien se guarda, se niega. Nunca venceremos a Dios en generosidad.
La invitación penitencial debe alcanzar al interior y no sólo a prácticas externas. “Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado, Tú no lo desprecias (Sal 50)”.