“La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular” (Sal 118).
El símbolo de la piedra desechada; la historia de José, vendido; el rechazo de Jesús, por parte de los fariseos, muestran una de las enseñanzas pascuales más esperanzadoras, aunque por lo mismo, dolorosa. El Misterio Pascual es muerte y resurrección.
Cuando sólo se tiene ante los ojos el acontecimiento dramático, la circunstancia aciaga, el hecho negativo, la enfermedad, la contrariedad, el despojo, hasta la catástrofe, es normal quedar sin palabras, con el sentimiento de fracaso y con el corazón dolorido, hasta el extremo de pensar que será imposible volver a sonreír.
Si traemos a nuestra consideración los textos de hoy, que nos narran la deportación de José a Egipto por culpa de la envidia y de los celos de sus hermanos, que después acudirán a él como a despensa providente -“Llamó al hambre sobre aquella tierra, cortando el sustento de pan; por delante había enviado a un hombre, a José, vendido como esclavo”-, entenderemos que la historia tiene un sentido mayor que el que se percibe en la inmediatez de los sucesos. “El rey lo mandó desatar, el señor de los pueblos le abrió la prisión, lo nombró administrador de su casa, señor de todas sus posesiones” (Sal 104).
La paciencia, la confianza, el abandono en la Providencia divina, la certeza que da la Palabra de Dios de que el Señor conduce la historia, concede al creyente una fuerza secreta, a pesar de que todo indique desolación, mentira, victoria del mal.
El desechado, el hijo del dueño de la viña, el asesinado, profecía del que será crucificado, Jesucristo, se convierte en la piedra angular. “Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”.
Los humanos solemos errar en la valoración de las personas y de los sucesos cuando nos dejamos llevar por la primera impresión. En la Biblia sorprenden los casos en los que Dios escoge lo que la sociedad desecha: segundones, viudas, estériles, pecadores, publicanos, ladrones, extranjeros, paganos… Sin mirar hacia nadie, el Señor también hace maravillas con lo más pobre de uno mismo, con su propia contingencia y debilidad, cuando le dejamos actuar.
Es muy importante recordar el salmo y confiar: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular”.