Viernes tercero de cuaresma

Hoy, como cada día de esta semana,  se nos recuerda la Ley del Señor, el mandamiento principal: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Se nos llama a la conversión a causa de nuestro pecado: “Conviértete al Señor Dios tuyo, porque tropezaste por tu pecado”.

Y se nos invita a la reacción humilde de retornar al Señor, con el reconocimiento de que “no nos salvará Asiria, no montaremos a caballo, no volveremos a llamar Dios a las obras de nuestras manos”.

Si escuchamos la voz del Señor y seguimos sus caminos, si volvemos a Él de todo corazón, el Señor nos alimentará con flor de harina, y nuestra tierra florecerá como un prado.

Sorprende en el texto del profeta Oseas la descripción de la bendición que promete Dios a los que se conviertan a Él: “Los curaré de sus extravíos, los amaré, sin que lo merezcan; seré como rocío, florecerán como azucena, arraigarán como el Líbano; florecerán sus vástagos, será su esplendor como un olivo, su aroma como el Líbano, harán brotar el trigo, florecerán como la viña…”

La pedagogía divina intenta, de todas las formas posibles, atraernos hacia sí. Sus caminos son anchos, frondosos, floridos, pacíficos, con sustento suficiente, y cobijo asegurado.

Quizá, ante las expresiones bíblicas, podríamos pensar que son bellas palabras. Sin embargo, quien se fía de la Palabra de Dios sabe que es verdad, y que deja gustar en el corazón aquello que dice. “¿Quién es el sabio que lo comprende, el prudente que lo entiende?”

Tenemos ante nosotros la posibilidad de seguir por caminos esteparios, áridos, fríos, en desamparo, o avanzar por los caminos rectos del Señor. Él nos desvela la dirección adecuada: “¡Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi camino!” (Sal 80).