Hay cosas, Señor, tú lo sabes,
que sólo podemos hacer en esta tierra:
sólo aquí podemos creer en ti,
sólo aquí podemos esperar en ti,
sólo aquí podemos morir por ti
y por tu causa.
Porque más allá de este mundo
ya no habrá fe sino visión,
no habrá esperanza sino posesión,
no habrá muerte sino vida
y resurrección para siempre.
Pero ¿cómo podremos verte un día, Señor,
si antes no hemos creído?;
¿cómo podremos poseerte
si antes no hemos esperado?;
¿cómo podremos vivir resucitados
si antes no hemos muerto
como el grano de trigo
para renacer a la Vida Nueva
que eres tú?
Haz, Señor,
que cada instante de nuestra existencia terrena
madure en nosotros la semilla de la fe,
de la esperanza y de la muerte pascual;
que no caigamos en la inconsciencia de retrasar
hasta mañana
la respuesta que tú esperas hoy de nosotros.
Porque una jornada no suple a otra
-todas tienen asignada su tarea-,
y porque va a llegar un día para nosotros, Señor,
que no tenga mañana.
Sólo tú sabes si aquel día es éste mismo
que estamos viviendo,
y ya nos has advertido con claridad
que andemos vigilantes
y con las lámparas encendidas
como las vírgenes sensatas. Amén.