En la exhortación apostólica del Papa Francisco sobre el amor en la familia, se puede encontrar más de una vez la relación entre familia y comunión. Es preciso entonces reflexionar de modo concienzudo en lo que significa “comunión”.
Según el diccionario de la RAE, comunión es participar de algo común. Pero ¿qué es lo común? Generalmente cuando usamos esta palabra nos referimos a aquello que pertenece o se manifiesta en todas las personas o cosas a las que nos referimos. Por ejemplo, decimos: “no siento nada en común con tal o cual persona” o “no me resulta nada común esta experiencia”, etc.
Si lo observamos con detenimiento, la palabra “común” es como un espejo de nosotros mismos pues nos permite reconocer en los demás lo que también reconocemos como propio.
Lo común también es lo que nos permite sentir pertenencia. Decimos, por ejemplo: “pertenezco a este grupo por-que tengo objetivos, intereses o ideas en común”.
En la psicología, se dice que buscamos personas afines con las que “sentimos algo en común” para poder iniciar una amistad, un enamoramiento, un compromiso, etc. y dentro de las ciencias sociales, lo “común” explica la formación de grupos, de equipos de trabajo, ideologías, nacionalidades, razas, etc.
La necesidad de pertenecer a un grupo, de sentir que “compartimos algo en común” es una de las primeras necesidades humanas y es una de las primeras lecciones que ofrece la familia, pues el sentido de “pertenecer a tal o cual familia” nos imprime seguridad y confianza. Más tarde, si ese sentido de per-tenencia ha sido seguro y estable, la mayoría de las personas podemos comprender lo “común” como la fuente de nuestros vínculos.
Es decir que lo común va definiéndonos poco a poco pues vamos identificándonos con los demás y encontrando eso que nos hace similares, compatibles o parecidos; así como lo que nos diferencia, nos hace únicos e irrepetibles.
Pero hay que dar un paso adicional a esta definición de “lo común” pues, debemos re-flexionar sobre lo que también puede producir una exagerada o disfuncional manera de percibir la unión por lo “común”. Así como ese sentimiento de pertenencia, nos puede dar seguridad y confianza, también puede volverse una ceguera ante las diferencias e incluso una desconfianza intolerante.
Y es que la defensa irracional de lo “común” también explica todos esos prejuicios que nos han dividido a los seres humanos y que incluso han potenciado conflictos, totalitarismos y fundamentalismos. No es difícil encontrar luchas entre familias, razas, creencias, ideologías, etc; tampoco es complica-do encontrar ejemplos de grupos que defienden a capa y espada sus intereses en común.
Y desde esta reflexión, todos los cristianos debemos estar alertas a lo que implica esta palabra “común” pues, en su dimensión más profunda evoca mucho más que solo pertenencia, evoca mucho más que sentirse “parte de algo”. Por nuestra convicción, tenemos que entender que lo “común” tiene mucho que ver con las palabras que nos dijo Jesús cuando señaló: “En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mateo 25, 40).
Lo “común” para los cristianos, es más que solamente pertenecer o ser parte de algo exclusivo, es sobre todo reconocer y reconocernos semejantes e hijos del mismo Padre. Es entonces cuando lo “común” empieza a desvelar la idea de la “comunión en familia” pues no implica solamente compartir un apellido, un lazo de sangre, parentesco, etc. sino sobre todo “una intimidad consciente y no meramente biológica”.
Una intimidad que implica:
- Reconocer nuestra semejanza y por tanto “hacer al otro lo que nos gustaría que hagan con nosotros”
- Reconocer nuestra diferencia y por tanto “respetar la diversidad tal como nos gustaría que nos respeten a nosotros mismos”.
En este sentido, la familia es la primera es-cuela de la “comunión” entre personas. Es la primera vivencia en la que podemos reconocer la semejanza con el Dios Uno y Trino y nuestra naturaleza de seres creados a imagen de Dios.
La teología católica afirma que el matrimonio constituye una forma elevada de comunión entre las personas humanas y una de las mejores analogías de la vida trinitaria. La unión en una sola carne no responde simplemente a una unión biológica o por similitud, sino a la intención del Creador por invitarnos a compartir nuestra semejanza con la responsabilidad de vivir la comunión.
Desde este punto de vista, la comunión en familia refiere algo más profundo que lo “común”. Es el llamado a vivir la convivencia humana en su más alta expresión de intimidad. Si cada familia viviese este estado de “comunión” en total consciencia, nuestros niños aprenderían a pertenecer sin necesidad de imponerse y aprenderían a sentirse responsables del bienestar de esta gran familia humana a pesar de las diferencias.