Vivir significa descubrir la red de relaciones humanas que sostienen nuestra existencia e intervenir en ellas con la voluntad de aportar nuestra novedad.
Vivir es encontrar al otro no en lo que aparenta, sino en el núcleo profundo donde se guarda el signo de Dios y donde echa raíces su originalidad.
Vivir significa dar cobijo al prójimo en nuestra cómoda morada, sabiendo que tendremos que estrecharnos para que también él tenga sitio.
Vivir es prestar atención al llanto y a la risa, permanecer en silencio junto al que sufre, alegrarse con quien goza de un bien alcanzado.
Vivir significa no valorar a los demás por lo que poseen, sino por lo que son; no por su eficacia, sino por su valor.
Vivir es aceptar que los demás nos renueven, que contraigan los sentimientos y decisiones que nos convienen.
Vivir es sentirnos responsables de los tesoros de nuestro espíritu para valorarlos cuanto nos sea posible, para las personas queridas, para los demás, para nosotros mismos.
Vivir significa darnos cuenta de los aspectos de verdad que capta nuestra inteligencia, para ensancharlos en la confrontación y en el diálogo con los demás.
Vivir es secundar el instinto del bien, no para limitarlo a nuestro «yo», sino para ampliarlo a los que viven con nosotros.
Vivir es poner alas a la fantasía, para que el sentido de lo bello pueda dar voz y armonía a todo lo que aparece sin vida y dividido.
Vivir es guiarse por la «necesidad de hacer» para actuar inteligentemente, ser capaces de ir más allá de un triunfo inmediato para alcanzar una eficacia más duradera.
Vivir es tomar conciencia del cúmulo de sentimientos que mora en nosotros y procurar que entre ellos exista siempre la paz y se mantengan alejados el odio y la violencia.
Vivir es gozar de las cosas pequeñas, de las personas cercanas que nos entregan su afecto, de la naturaleza que realiza cada día, para unos ojos atentos, milagros de sabiduría y de belleza.
Vivir es aceptar los condicionamientos de una libertad limitada, y tender al mismo tiempo hacia un valor que ahuyente todo temor.
Vivir es saber esperar un tiempo prolongado para recolectar los frutos, con la convicción de que sembrar el bien significa esparcir semillas de eternidad.
Vivir es secundar el espíritu, que tiende a una felicidad absoluta, ponerse delante del Padre y encontrarse en grupo, celebrar una fiesta en su Amor, en su grandeza y su sabiduría.
Vivir es sentir que Dios nos llama por nuestro nombre y ponernos a su disposición para su proyecto de creación, de encarnación, de perdón y de salvación.
Vivir significa revelar al Padre, permitirle hablar a través de nuestros labios, obrar con nuestras manos, sonreír detrás de nuestros ojos.
Vivir es comprender que la fidelidad a la vida conlleva el no dar valor a nada exclusivamente para sí, porque tener para sí es morir.
Al final de la vida, nuestra verdad estará en relación con el empeño que hayamos puesto en comparar continuamente la apertura de nuestro «yo» con la del corazón de Dios.
Ignazio Martelletto, 18 años para ser alguien. Sal Terrae