Voto de castidad

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.No falta quien propone que suprimir el voto de castidad es la solución de los problemas de la Iglesia católica. Si no fuera por el voto de castidad la Iglesia sería muy atractiva. Se multiplicarían las vocaciones, se llenarían los templos, se acabarían las crisis de la fe y los escándalos. Si los curas pudieran formar familias, se acabarían los excesos del clericalismo y del autoritarismo. Así se le proponen al Papa. Es una solución muy sencilla. De efectos mágicos.
Y es que los curas célibes dan mucha lástima. Los pobres curas que siguen sin poderse enamorar ni casar. ¡Siguen con el cilicio de la castidad!

Divulgar
Debe ser una de las características de la condición periodística el tener que hablar de muchas cosas sin saber adecuadamente sobre aquello de lo que se trata. Esa característica se acrecienta entre nosotros cuando se habla de religión. Y se llenan columnas de los periódicos y de las páginas web impartiendo opinión sobre “omni re scibili” en esos temas. Tal vez sin haber leído un libro. Ni siquiera un artículo largo sobre el asunto en cuestión.  Sobre religión todo el mundo opina; cualquiera tiene autoridad. Cuando se trata de astronomía, es claro que hay que preguntar a un profesional; cuando se trata de medicina, tiene que ser doctor con buen currículo. En cambio, cuando se trata de religión cristiana… Como si no hubiera universidades y facultades y revistas especializadas. Y personas competentes.

Sin trivializar
Poco importa el sentido evangélico de la castidad por el reino. Nada preocupa el valor y el sentido evangélico del celibato por el reino de Dios. Que tenga que ver con la forma de vida de Jesús no cuenta para nada. Que tenga que ver son la radicalidad de la relación de amor ministerial es algo obsoleto. Que sea esencial para la construcción de comunidades realmente fraternas es absolutamente irrelevante. Se quita y en paz. ¡Todo solucionado!

Castidad conyugal
Parece que en una sociedad progresista y avanzada del siglo XXI ya no tiene cabida el tema de castidad. Antes era una virtud; pero ahora ya no. Por supuesto, tampoco hay lugar para la castidad conyugal. Parece ser que la relación conyugal no tiene que ser expresión de donación y entrega entre esposo y esposa; no tiene que incluir sexo y ternura, expresión corporal y comunicación verbal (que eso significa castidad). Parece que la expresión sexual del amor conyugal tiene que ser ejercicio de dominio y poder, de posesión y disfrute, sin respetar al cónyuge, sino utilizándolo a su pesar (que eso es la falta de castidad).
Pero, claro está, que hemos progresado mucho. Hemos aprendido a aborrecer la palabra castidad; da vergüenza mencionarla. Ahora se vive la poligamia sucesiva, tenemos derecho a realizar todos nuestros deseos sexuales, tenemos derecho a ser pareja de hecho, tenemos derecho al aborto. Hemos aprendido a vivir como nómadas sexuales, a admitir las aventuras afectivas sin vinculación.  Nos hemos vuelto muy progresistas y tolerantes. Vivimos en una sociedad nueva; nueva no por las conquistas científicas y técnicas, por los avances médicos, por la globalización de la solidaridad y de la esperanza. No. No es por eso. Hemos avanzado de verdad: tenemos derecho a ser madres solteras y padres solteros, tenemos derecho a los vientres de alquiler, a divorciarnos al constatar que el cónyuge no nos hace felices, ni responde a las expectativas  de matrimonio perfecto, que no nos da libertad y seguridad, ternura y poder al mismo tiempo. Cada día las pantallas  de las TV hacen larga y “sagrada” exposición del santoral de la sociedad actual, tan nueva y tan progre ella. De esos santos que cada año encuentran “el amor de su vida” y exhiben, con frecuencia ante todos, su condición homosexual, bisexual, transexual. No hay lugar ni tiempo para mostrar la ejemplaridad de esposos que luchan por su relación, que invierten tiempo y entusiasmo en la comunicación, en el diálogo, en el cultivo del proyecto común, en acrecentar la pertenencia y la transparencia. Son miles y miles. Pero esos no merecen la pena. Por si acaso su ejemplaridad nos convence y empezamos a mirar con ojos críticos todo eso que es tan nuevo y tan progre en las ventanas del espectáculo.  Por si acaso esos matrimonios son una buena noticia de esperanza y  nos alegra  el alma.