Voy por el tercero

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.“Voy por el tercer matrimonio” así se expresa un alto ejecutivo en una conversación a través de la radio. Al parecer se trata de un ejecutivo de éxito; que orienta a otros a tener más éxito profesional.

Sin juzgar las trayectorias personales, la pregunta surge como una exhalación: ¿a eso llaman éxito?  Es cierto que pueden haber pasado acontecimientos tristes con los dos anteriores cónyuges. Pero, ¿puede ser un hombre de éxito alguien que ha fracasado ya dos veces en dos proyectos matrimoniales? Cierto que tal vez no hubo tal proyecto de vida; tal vez no emergió la maravilla del enamoramiento mutuo, capaz de proyectar un sueño de unidad, de pertenencia, de crecer y envejecer juntos.

 Hay matrimonios de conveniencia; los hay por interés. Otros surgen por la necesidad de huir.

Si en todo matrimonio por amor surge la llamada a ser feliz, acompañando y ayudando de todo corazón a que otra persona lo sea, si el enamoramiento es un descentramiento de sí mismo para centrarse en la persona amada, el hecho de romper esa dinámica es un fracaso. Un gran fracaso. Afecta a lo mejor de cada ser humano que es su capacidad de amor y relación. Por eso deja huellas de dolor y marcas de desengaño en el alma de las personas.

Cuesta imaginarse lo contrario, que se rompa un gran amor sin dejar alguna ruina en los paisajes del alma. Significaría un grado alarmante de deshumanización. 

Desde una perspectiva humanista, resulta muy difícil creer en la calidad personal de un hombre o mujer de “éxito” en lo profesional, empresarial, político, literario, si ha dejado en el camino relaciones truncadas, matrimonios rotos. Podrá ser admirable como un gran Narciso; o tal vez un buen Prometeo. Pero no como ser humano cabal y maduro. La ruptura de un matrimonio es siempre un fracaso del amor. No es humanamente ejemplar.

Por más que se exhiba una y otra vez. Por más se convierta en noticia. Y llene mucho papel o mucha cámara en los espacios del “famoseo”.