Y en ese mismo tono.

10 de abril de 2007

    Otra vez a echar a andar el trabajo silencioso y habitual de nuestra vida. Ya hemos tenido en Juanjuí una Asamblea Pastoral de toda la Prelatura, con más de cuarenta participantes durante tres días. Hasta diciembre, ya hemos llenado el calendario de reuniones, cursillos, visitas a los pueblos, bautismos y confirmaciones, encuentros con los jóvenes. En fin, ¡hemos crucificado el tiempo! El Obispo está enfermo; habrá que multiplicar un poco más nuestra tarea para aliviar la suya.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos. Quizás el tener por necesidad que vivir en conflictividad permanente, nos ha hecho a todos más maduros, o al menos más capaces para sentir activo el peso de Dios entre nosotros. Tenemos alegría. Nuestros vínculos fraternos bien vividos llenan nuestra mesa de buen humor y de optimismo.

Ahora mismo preparamos la mochila para celebrar la Semana Santa con nuestras comunidades. Pasaré el Domingo de Ramos en Huicungo, el Miércoles Santo en Pachiza, el Jueves Santo en Picota y es muy posible que el Viernes Santo en Sacanche, para por fin celebrar la Vigilia Pascual con el resto de mis hermanos en Juanjuí. Siempre es el canto de los pies por los caminos. Andar y fatigarse, para ir quitando del paisaje cruces innecesarias. Siempre ¡el canto de los pies por el camino! Y en eso se nos van los días.

El escenario donde todo esto sucede sigue siendo el mismo: con esas muertes, con esas mutilaciones, con ese brutal “sálvese quien pueda” que nos hace despreocuparnos a los unos de los otros, con ese no encontrar la respuesta adecuada para esta sinrazón  del desamor.

Pero están… Están también por ahí diseminadas, frescas y confortables, terriblemente humanas, las otras anécdotas menos ruidosas que las de la muerte. El otro día, en un pueblo que visito todas las semanas, recorriendo sus calles me encontré con el alcalde. Estaba borracho. Sin embargo, desde su borrachera alcanzó a decirme: “Carajo, padrecito, no sabía que hoy le tocaba venir. De lo contrario…”. Sí, de lo contrario y en mi honor no se habría emborrachado. Le abracé con ganas y muy fuerte. A escasos minutos de este encuentro, otro muy distinto: un guardia civil apostado indolentemente en su puesto de guardia y también un poco borracho. Se desahogó conmigo hablándome de su jefe: “Ese es un canalla prepotente que nos manda robar a los más humildes y que está metido en el narcotráfico hasta el zancajo”. Lo insultaba y, mostrándome la metralleta que sostenía, añadió: “Yo mismo voy a meter en su cuerpo esta caserina de balas, una a una, todas”. Mundo increíble.