Todas las madres saben que su hijo es el más precioso. Tú también lo pensabas y… , aunque a todas las demás no se les pueda quitar la razón, tenías buenos motivos para creértelo. Había nacido de ti, la preferida de Dios, a quien decía cosas al oído.
Ilustración: Maximino Cerezo Barredo, cmf
Él era el príncipe de la paz. Un príncipe pequeñito, que se te parecía, y que ya esbozaba sonrisas como un espejo imitador de tus gestos. El niño era de esos que no dan guerra.
Quienes vieron, sintieron que algo había cambiado. El infinito se había abreviado en su cara. Dios miraba por sus ojos, desde abajo, al ser humano a quien siempre había visto grande y erguido. Y . agarraba cualquier dedo, como hacen los niños desde el primer día, para aliarse con la carne de sus queridos seres hermanos. Temblaba ya, como tiemblan los hombres, respiraba, latía, se sometía al rigor del tiempo: días, fríos y cálidos, tiempo de cualquier hombre, que cuando nace se está muriendo porque vive.
Eso de hacerse hombre le gustaba al niño, resultaba algo más que interesante, era apasionante …
¡María, enséñanos al crío! Queremos ver cómo es Dios, y cómo somos nosotros cuando se nos junta con el amor y la paz. y vimos el reflejo de los ojos eternos de una muchacha sonriente que creía, con razón, que su hijo era el más guapo del mundo.