…y la Iglesia existía ya en María. «Prototipo» de la Iglesia.

    La expresión -María, Prototipo de la Iglesia» no es una invención o una especulación caprichosa, o una frase bonita que queda muy bien en los labios de quienes la pronuncian; ella responde a una realidad de la mariología y atraviesa el pensamiento de los Padres de la Iglesia de los primeros siglos y de todos los teólogos posteriores con una constancia y con una claridad sorprendentes.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos. Pero ¿qué es lo que en realidad queremos decir? Que antes de que la Iglesia existiera como pueblo de Dios redimido, María personificaba y representaba todo lo que la Iglesia habría de ser y poseer: todas sus características, todas sus actitudes, todas sus virtudes; incluso toda su misión. María contenía ya en su persona, en su corazón todas las gracias y todos los dones que la Iglesia habría de recibir a lo largo de los siglos. María, «prototipo de la Iglesia» lo ha sido, lo es y lo será en el espacio, en el tiempo y en la eternidad. Y como prototipo, María es también modelo de fe y de vida para la Iglesia.
Recorriendo la vida de María podremos descubrir en qué y cómo ella, en tanto que Mujer, Virgen, Esposa y Madre, es prototipo de la Iglesia.

María Inmaculada, vencedora del mal. No por sus méritos ni por sus propias fuerzas, sino por la gracia de la redención de Cristo y por la fuerza del Espíritu, María fue Inmaculada y venció al mal. Esta Mujer es la figura de la Iglesia redimida que San Pablo describe como santa, inmaculada, sin mancha y sin arruga. Esta Mujer triunfadora de la «Serpiente» y del «Dragón» remite a la Iglesia triunfadora en esta tierra de las persecuciones y del mal.

María, la llena de gracia. Así la definió el Ángel en la Anunciación. La gracia la desbordó. La primera en recibir esa gracia dada a luz por María fue la Iglesia, comunidad de creyentes. Y ahora, la Iglesia llena del Espíritu, como María, es cauce de esa gracia para todos los que acogen el misterio del Hijo de Dios.

Maria, la Virgen del «sí». Qué extraordinario sí para la historia de toda la humanidad, que es historia de salvación! El sí de esta Mujer-Virgen, sí consagrado al querer de Dios y que hizo posible la obra de la Redención, es el sí anticipado que la Iglesia-Virgen habría de pronunciar a la propuesta de Jesús: propuesta de redención y de encarnación en el mundo para extender el Reino de Dios.

María, la mujer del «Magníficat». La mujer del canto que brota de su corazón estremecido de amor y de agradecimiento a Dios es el prototipo de la Iglesia con el corazón en Fiesta, que lee agradecida y canta la tierna historia de amor que el Señor ha sellado con ella a través de los siglos. Ya San Ireneo, en los inicios del cristianismo, lo había afirmado con estas palabras; «María, rebosante de alegría, gritó proféticamente en nombre de la Iglesia: «Mi alma glorifica al Señor».

María, la Madre. Dando a luz al Verbo hecho hombre -el gran Sacramento de Dios-, María se convierte en Madre del Cristo total: De Jesucristo, Hijo de Dios, y de todos cuantos habrán de formar su Cuerpo místico en el espacio y en el tiempo. A su vez la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, portadora de la Palabra y de los Sacramentos se convierte en Madre de quienes acogen esa Palabra y nacen por su ministerio a una vida nueva.

La Madre con la Vida y la Palabra en el corazón. Lo dice Lucas: «Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón». Ella vive ya lo que la Iglesia , comunidad oyente, ha de vivir: escuchar la Palabra, acogerla, guardarla en el corazón, contemplarla, darle vida, expresarla y entregarla al mundo como mensaje de salvación universal. María es para la madre Iglesia maestra y modelo de relación con la Palabra.

La Madre con la espada en el corazón. Es la Madre que sufre por el Hijo de sus entrañas y por los hijos de su alma. Y encarna a la Iglesia-madre que, unida al Redentor, sufre por cuantos hijos de Dios y hermanos de Cristo padecen la espada del dolor, de la explotación y de las injusticias. La Mujer con el corazón traspasado es prototipo de la Iglesia herida en su propio corazón: sus hijos.

La Madre seguidora del Hijo. Tras las huellas de Cristo, a zaga de sus palabras y de sus hechos, María se roza con la vida y recorre los caminos que van hacia el Reino. Por ellos transitan los hijos, muchos de ellos necesitados de madre. Seguidora de Jesús, como María, también la Iglesia, comunidad de creyentes, peregrina a zaga del Maestro. De Ella aprende a saber estar: dónde y con qué hijos preferentemente; aprende a reconocerlos, a tratarlos con respeto y lealtad; a mirarlos con amor y a abrazarlos con ternura.

La Mujer-Madre, presente en las Bodas de Cana. Ella estaba allí, sencillamente presente y extraordinariamente atenta a cuanto ocurría a su alrededor, e intervino: suplicó al Hijo, confió en Jesús a pesar de sus duras palabras y animó a los servidores a hacer lo que El les dijere . En esa mujer-madre estaba viviendo ya la Iglesia que se hace presente en los acontecimientos de la historia humana. La Iglesia también está siempre ahí, atenta a la vida de los hombres en fiesta o en riesgo de desdicha; siempre dispuesta a compartir las alegrías y las esperanzas de la humanidad; también sus angustias y tristeza y a interceder ante Cristo por los hijos que se aman o se odian.

La Mujer-Madre, al pie de la Cruz. Jesús le entrega el hijo y la constituye Madre universal. Pero también la entrega al hijo que la recibe en su casa. Ahí está representada la Iglesia. Es la madre nacida del costado abierto del Redentor quien, muriendo en la cruz, le entrega todos los hijos del universo para que los acompañe, los cuide y los conduzca hacia el Reino. A su vez la Iglesia es puesta en manos de los hijos para que la hagan crecer y la hagan habitar en la gran casa del Padre que es el mundo .

La Madre corredentora y medianera de todas las gracias. Así la contempla toda la teología mariana a través de los siglos. María al decir sí al plan de Dios, lo dice como redimida y llena de gracia. Jesús -el Redentor, el Mediador de gracia entre el Padre y la humanidad- asocia a su Madre a su obra redentora y mediadora. María realiza esa misión representando a la Iglesia que, unida a Cristo, prolongará en la historia la obra redentora de Cristo; la realiza como figura de la Iglesia que, a través de su acción maternal, será mediación y cauce de gracia para todos los hijos dispersos por el mundo.

La Madre de la comunidad Pentecostal. Reunida con los hijos-discípulos, María recibe el Espíritu Santo, que es Espíritu de unidad y misionero. Ella representa a la Madre-Iglesia misionera que recibirá el Espíritu Santo en el seno de las nuevas comunidades de creyentes.

La Madre, elevada al cíelo en cuerpo y alma, triunfante, glorificada. Dios realizó en María la plenitud de su plan salvador. Ella, en el cielo, canta un nuevo magníficat, el himno de los redimidos. Es el arquetipo de esta iglesia peregrina -cuerpo de Cristo- que asciende al cielo y que, con Cristo y con la Madre, ha de ser glorificada. Allí, la Iglesia, gloriosa como la califica Pablo, comunidad de redimidos, cantará el himno de los triunfadores en unión con la Madre. Allí, María y la Iglesia triunfante interceden con Cristo ante el Padre por la humanidad entera.

Marta, mujer-virgen-hija- esposa- madre. Este sería un bello capítulo que vendría a resumir toda la mariología. Como tal, María es la figura prototipo de la Iglesia. La Iglesia que es a la vez: virgen con la virginidad del Espíritu, e hija nacida del amor del Padre, y esposa de Cristo, y madre de los creyentes.
Otros teólogos nos irán hablando de estos temas. Nosotros concluimos aquí. Ojala estas páginas nos abran nuevos horizontes para comprender más y mejor a María y a la Iglesia y para vivir nuestra relación con ellas más filial y profundamente.