Y líbranos del malo

Esta frase sólo viene en la versión de Mateo y puede traducirse por «líbranos del mal» o «del Maligno». Parece querer precisar o aclarar el sentido de la petición anterior. En la Iglesia primitiva se prefirió traducir aquí «Líbranos del Maligno». Esta expresión sonaría literalmente así: «Mantennos apartados de la cosa perversa o del Maligno».

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.En el NT se usa el término «Maligno» para designar a Satanás en varios pasajes. Por ejemplo: Sea vuestro lenguaje sí, sí, no, no; lo que pase de ahí procede del Maligno (Mt 5,37). Si uno no escucha el discurso sobre el Reino y no lo entiende, viene el Maligno y le arranca lo sembrado en su mente (Mt13,19). No pido que los saques del mundo, sino que los libres del Maligno (Jn 17,15). Para todo, embrazad el escudo de la fe, en el que
se apagarán las flechas incendiarias del Maligno ( Ef 6, 16). El Señor, que es fiel, os fortalecerá y protegerá del Maligno (2Tes 3,3). Os escribo, jóvenes, que sois fuertes, conserváis el mensaje de Dios y habéis vencido al Maligno (1Jn 2, 13-14) El engendrado por Dios lo protege para que el Maligno no lo toque (1Jn 5, 18-19)…

Sin entrar en muchos matices, podemos ver que los «objetivos» del Maligno serían:

  • Apartarle a uno de la vocación-misión que Dios le ha encomendado
  • No permitir que la Palabra produzca sus frutos en nosotros
  • Dejarse impregnar por la mentalidad del «mundo»
  • Olvidar la consagración que nos hace estar al servicio de Dios, y servir a otros señores, a los ídolos, tan habitualmente rechazados por toda la Escritura (primer mandamiento)
  • En definitiva: que renunciemos a nuestra fe-confianza en Dios y caigamos en las manos del Señor de este mundo.

Por otra parte la actividad de Jesús se presenta muchas veces como una lucha contra Satanás (todos los exorcismos: Mc 1, 21-28; 4, 35-41; 5, 1-20; Mc 3,20-30).

San Pablo nos asegura: El Señor es fiel, él os robustecerá y os guardará del Maligno (2Tes 3, 3). Somos hijos que andamos expuestos a no pocos peligros y a menudo llegamos a sucumbir en ellos. Nos marchamos de la casa del Padre, y no sabemos si volver, cómo volver y por dónde. Necesitamos la intervención del Padre para ser recuperados: que él nos esté oteando el horizonte desde su ventana, y al vernos regresar, salgo corriendo a nuestro encuentro y nos ayude a descubrir que no somos jornaleros, ni servidores, ni muertos de hambre. Sólo él nos puede devolver nuestra condición de hijos, ponernos un anillo, un vestido nuevo, y sandalias… y hacer que nos sintamos de nuevo en casa, bajo su techo.

Queremos gritar nuestra debilidad, confesar que somos vulnerables. Entonces gritamos al Señor, Dios de nuestros padres, vio nuestra humillación, nuestra miseria y opresión: el Señor nos hizo salir de Egipto con mano poderosa y brazo fuerte (Dt 26, 7-8). Aparece aquí, la imagen del Dios libertador, el Dios del Éxodo.

La imagen que mejor nos ayuda a comprender esta petición es el texto de Pedro: Vuestro enemigo, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar: resistidle firmes en la fe (1Pe 5, 8). La maldad que ha echado profundas raíces en nuestro corazón, no la puedo extirpar yo solo. Es imprescindible hacerse como niños y pedir ayuda al único que puede lograrlo. Y se lo pedimos: Líbranos del Maligno.

A través de esta petición le insistimos a Dios que no nos deje en una situación amenazadora y que nos arranque del poder del Mal que se desata sobre el mundo. Es algo muy similar a esa otra petición de Jesús por sus discípulos en vísperas de su muerte: «No te pido que los saques del mundo, sino que los protejas del Maligno» (Jn 17,15). De este modo, incluso en esta última petición del padrenuestro, no hacemos más que asumir por nuestra propia cuenta la misma súplica que Cristo dirigió y sigue dirigiendo al Padre por nosotros.

AMÉN

La Biblia, al igual que la liturgia, utiliza con frecuencia el amén. La palabra amén tiene la misma raíz que otras palabras que significan fe, verdad, firmeza, confianza (‘mn). Al decir amén, se cree que lo que sale de la boca de Dios es tan seguro, que merece confianza, tan verdadero que debe ser creído, tan sólido que dirige bien la vida. Por tanto, el amén sanciona un compromiso solemne, preciso e irrevocable. Más que un simple deseo o un asentimiento débil, comporta una responsabilidad, una renovación pública y comunitaria del compromiso de observar los mandamientos o de practicar la justicia social (Dt 27, 15-26; Neh 5, 13). El amén es el sí gozoso y continuo a Dios que nos ama y a su proyecto de amor sobre nuestra vida; expresa la disponibilidad a colaborar en la salvación.

Además de expresar fe y adhesión, el amén se convierte en aclamación de acción de gracias a Dios, que en Cristo ha realizado sus promesas (1Cor 14, 16). Es importante saber que el amén de Dios al hombre precede del amén del hombre a Dios. Y este amén de Dios es su Hijo hecho carne. Así, dándonos a su Hijo, Dios jura por sí mismo y por aquello que más quiere -su Hijo unigénito- que estará siempre de nuestra parte, aunque seamos pecadores y reneguemos de Él. EL Dios fiel, el amén eterno (Is 65, 16) ha hecho visible este nombre suyo por medio de su Cristo, que se ha convertido en el Amén, el Testigo Fiel (Ap 3, 14). En él y por él también nosotros podemos hacer subir hasta Dios nuestro amén para gloria suya (2Cor 1, 20).

Enrique Martínez, cmf