Eran unos personajes extraños. Ella, que no había viajado mucho más allá del su pueblo y el de su prima, no había visto nada igual. Al principio sólo pudieron entenderse por gestos amables. La sonrisa de María había fijado el curso de la estrella. Se había parado allí donde abrazaba a su niño pequeño.
Ilustración: Maximino Cerezo Barredo, cmf
Eran unos hombres grandes, que arrastraban sus tesoros para ponerlos en su regazo. La intuición los puso en camino con la esperanza de encontrar a alguien mayor que ellos.
El ámbar, el incienso, la mirra, el oro, la especería y las esencias más puras, se les olvidaron en el equipaje, al contemplar los pliegues de tu vestido desde donde, tu niño deslumbrante, nublaba sus sentidos con una mirada cómplice de amor y paz.
se acordaron de los regalos, estaban bastante confusos. Mejor así, el nuevo Rey no necesitaba riqueza. Era él quien regalaba al contemplarle. Por eso María y José no salieron de pobres tras la visita, pero los extraños se fueron mucho más ricos de lo que habían llegado.
Ellos pensaron que habían soñado el encuentro.
Allí se estaba inclinando la eternidad, y dudaron de sí mismos, porque al Hijo de Dios no se lo habían imaginado así. ..
Pero ya no eran los más grandes. La pequeña madre acunaba al mayor tesoro. Sólo al marcharse.