Yo soy el centro del mundo. Contra el egocentrismo

    No hay discusión posible: yo soy el centro del mundo. Como lo oyes. Ni tú, ni tú, ni nadie: yo. Para mí, sólo existe el «mí, me, conmigo», el «aquí estoy yo» y el «yo pienso, yo siento, yo hago». Es así: no puedo salir de mí mismo, no puedo ver el mundo como lo ves tú, no puedo encarnarme en otro ser que no sea el que soporta mi propia conciencia. Mi ombligo se encuentra exactamente en el núcleo de todo, es el corazón de la manzana, es la esencia de la vida, que es mi vida. A través de mis sentidosCiudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos. tengo acceso a lo que me rodea, pero yo soy yo, el único, el eje, y el resto, lo percibido, no son más que alrededores, circunstancias, estímulos…

    Que sí, que no pongas esa cara: no queda más remedio que reconocer nuestro YOISMO (que no es lo mismo que egoísmo) inesquivable. Ni un solo segundo de nuestra existencia, por muy dilatada que ésta sea, podremos pasarlo lejos de nosotros mismos. Todo lo tendremos que compartir con el que llevamos entre pecho y espalda; todo lo tendremos que disfrutar o sufrir mano a mano con ese metro y pico de carne que nos escolta, que nos define, que nos acecha. Lo demás es pasajero, intercambiable, permutable o negociable, pero esto no tiene vuelta de hoja: o te aguantas a ti mismo, o te aguantas a ti mismo, esa es la alternativa.

    Que yo sea el centro del mundo imagino que a los demás les dejará indiferentes. Porque, como podréis sospechar, el resto del género humano está integrado por otros tantos millones de yoes situados también en su particular centro e igual de complejos, íntegros, importantes e insobornables como yo. ¡Qué vértigo! ¿Todo el universo que cabe dentro de mí, todo lo soñado, imaginado, sabido, anhelado y vivido, con su infinidad de matices, por mi persona, es exactamente igual de prolífico, rico y lleno de incidencias a lo soñado, imaginado, sabido, anhelado y vivido por los otros seres humanos que han existido, que existirán, que existen? ¿Dónde cabe tanta y tanta vida generada?
    Es más, ¿adónde irá todo ese innumerable laborar sin fin de las vidas humanas al final de todo? Me mareo sólo con pensar que tú, que me estás oyendo, eres una galaxia tan redomadamente compleja como yo, y así hasta el fin del género humano… ¡Y luego hablan de la inmensidad del cosmos, de distancias siderales, de millones de estrellas!

   Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos. ¿Y qué puedo hacer con mi yo, si es así de omnipresente, si se muestra insaciable, si no para de darme la tabarra, de exigir que lo alimente, que lo haga feliz, que lo eleve a su máxima potencia? En este estado de las cosas, ¿qué pintan los otros, esos extraños con los que coqueteo a diario, pero que viven pertrechados en su propio yo, allá, detrás de sus ojos, en ese territorio inexplorado que sólo pueden visitar ellos mismos, es decir, uno mismo, el gran solo que somos cada uno? Ahí está el gran reto de vivir: ¿cómo, siendo yoes exigentes e irrenunciables, propensos, ahora sí, al egoísmo por naturaleza, podemos convivir, podemos convertir al otro en algo significativo para nuestra identidad?

    Ser el centro del mundo no significa ser todo el mundo. Vivimos en un mundo con tantos centros como individuos, en un mundo con tantos afanes de autoafirmación como sujetos. Eso debemos aceptarlo, aunque escueza: todo somos capitales para nosotros mismos, todos somos protagonistas en nuestro argumento magnífico y personajes como mucho secundarios en la obra magna de los demás. Pero, para que la vida humana sea habitable y decente, tendremos que enfrentarnos a un reto único: el de llevarnos la contraria a nosotros mismos e intentar la quimérica e imposible hazaña de alejarnos de alguna forma de nuestra agobiante dependencia del yo para así aproximarnos a la realidad de los demás. Nunca podremos dejar de ser el centro del mundo, ni estaremos en condiciones de abandonarnos por
completo, pero, a través de nuestros actos de desprendimiento (¡qué palabra más adecuada!), de nuestras apuestas éticas, de una opción radical por ponernos, aunque sea imaginariamente, en el lugar del otro, daremos algunos pasitos gigantescos hacia una nueva criatura menos abrasiva, propia, egocéntrica y narcisista.

    Yo soy el centro del mundo. «Y yo, y yo, y yo…», grita el resto del género humano. Lo importante, -sin embargo, muchas veces sucede en la periferia, en los bajos fondos, en los arrabales, en esos rincones de difícil acceso donde viven los otros, que son yoes también, que me necesitan para liberarse de los excesos de su sombra, a los que necesito para no caer en el pozo sin fondo de mí mismo.


PARA PENSAR   
¿Eres yoísta, egoísta, egotista, egocéntrico y/o ególatra? Consulta el diccionario, si se tercia.
¿Cómo escapar del yo? ¿Qué puertas de salida existen?
¿Es posible amar al prójimo como a uno mismo? ¿O se trata de una quimera?
¿Cuándo podemos afirmar que caemos al pozo sin fondo de nosotros mismos?