I. Meditación
Al comenzar la contemplación de Jesucristo como resurrección y vida, es conveniente caer en la cuenta del clima existencial y social en el cual tratamos de acoger esta palabra. Con diferentes matices puede estar caracterizado por dos rasgos fundamentales.
Por una parte, vivimos en un mundo de muerte, en una cultura de la muerte. La vida sagrada del hombre no cuenta. Está a merced de mil formas de muerte: física, existencial, espiritual. Y a lo peor nos estamos acostumbrando a la muerte, tan familiar se nos está haciendo a fuerza de guerras, hambres, accidentes, atentados. Ya no nos choca ni nos impacta. No nos rebela que siga habiendo tanta muerte, siendo así que confesamos ,que la muerte ha sido vencida, que Jesucristo es la resurrección y la vida y que hemos sido bautizados en el dinamismo de su vida resucitada.
Por otra parte, se tiene la impresión de que hemos llegado al "final de la historia", que no quedan alternativas de futuro, que sólo resta la posibilidad de prolongar el presente con sus ídolos de sagrados: el mercado, el consumo, la competitividad. Parece que no nos quedan utopías y sueños que nos vayan abriendo el camino del futuro. Es más: en la Iglesia y en las congregaciones existen demasiados nostalgias de restauración del pasado, demasiados miedos a caminar creadoramente hacia adelante dejando seguridades que son en realidad faltas de fe.
El signo de la resurrección de Lázaro
La autopresentación de Jesús como «resurrección y vida» se encuentra en el relato de la resurrección de Lázaro, más concretamente en el coloquio de Jesús con Marta y María (Jn, 11. 17-32). El signo de la resurrección de su amigo Lázaro constituye un punto culminante de la actividad mesiánica de Jesús y de su autorevelación al pueblo. Por eso tiene múltiples significados kerigmálicos y catcquéticos para la comunidad: es introducción a la pasión, es llamada al segui miento, es anuncio del Resucitado, es historia de Jesús…
La expresión es paralela a otras que se ponen en boca de Jesús: Yo soy la luz del mundo, yo soy el pan de vida, yo soy el buen pastor. Así se presenta Jesús a la comunidad de sus discípulos y seguidores. No son éstas expresiones para leer en clave óntica, sino ontológica. Nos enseñan lo que Jesús es-en-sí. Nos hablan de lo que Jesús es activamente para nosotros.
La espera judía de Marta
El coloquio con Marta contrapone la esperanza judía en la resurrección futura de los muertos y la resurrección presente de Jesús de entre los muertos. En tiempo del Nuevo Testamento las comunidades judías (excepto los saduceos) esperaban la resurrección de los muertos como acontecimiento futuro y colectivo. En ese horizonte Jesús se presenta a sí mismo como el ya resucitador de entre los muertos. En Él se anticipan los acontecimientos finales de la historia. Ya está siendo la resurrección. Ya está siendo la vida: «el que cree en mí. aunque muera, vivirá. Y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás» (Jn I.L25b-26).
En la relación creyente con Él ya se pasa de la muerte a la resurrección, de la de la cultura de la muerte al Dios de la vida. A través de la experiencia de Jesús con sus discípulos y de los discípulos con Jesús aprendemos que es costumbre de Dios llamarnos a la esperanza y a la vida, convertirnos al futuro superando nuestras nostalgias del pasado y nuestras fijaciones de presente. La confesión mesiánica de Marta implica esta perspectiva de futuro.
El despliegue histórico
Tras la concentración cristológica y soteriológica implicadas en la afirmación «yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11,25) laten muchas experiencias prepascuales y pospascuales de las comunidades cristianas. Hay propiamente una historia de acontecimientos multiformes, todos ellos coincidentes en ser acontecimientos vivificantes. Lo que significa «soy la resurrección y la vida» Jesús lo ha ido anticipando en sus existencia histórica. Llega a "ser" la vida, el que ha ido dando vida, el que ha ido haciendo verdad el texto del ganapierde: El que quiere salvar su vida, la perderá, el que pierda la vida, la ganará (Cf. Me 8,35). Llega a "ser" la resurrección el que ha pasado su vida haciéndose vulnerable a la muerte y resucitando a los condenados a muchas formas de muerte: física, existencial, relacional. religiosa… La historia de Jesús se puede contar como una historia de amor, de fe y de esperanza.
Historia de fe
Jesús creyó en las personas hasta un punto donde los demás no eran capaces de creer. Supo ver lo que los demás no veían: el corazón de la samaritana. la generosidad de la viuda pobre, la fe del centurión, los ojos del joven rico, la audacia de la cananea. Ante la mirada contemplativa y penetrante de Jesús el presente adquiría toda la dimensión de lo nuevo, de la llegada del tiempo del cumplimiento largamente esperado. «¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis!. Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron» (Le 10.23-24). Lo viejo ha quedado atrás. Atrás queda la opresión y el llanto: «reprime tu voz del lloro y tus ojos del llanto, porque hay esperanza para tu futuro» (Jr.31.16-17). Hay nuevas oportunidades. Son tiempos de renovación y de gracia. Jesús va abriendo los ojos de sus oyentes para que perciban, los albores de la gran liberación que ya llega. Abre los ojos a los ciegos para que vean el cumplimiento mesiánico que acontece a través de sus manos y de sus palabras, libera a los cautivos, evangeliza a los pobres…
Jesús está seguro de que lo que hay en cada persona no lo es todo, que la persona se sobrepasa a sí misma: Tu fe te ha salvado, que te suceda según has creído, ven. sigúeme, vete en paz (Cf.Lc 7.50). Ante la llegada del reino no se le puede robar el futuro que Dios le está ofreciendo a cada persona, especialmente a los pobres y excluidos, a los pequeños y a los sencillos: Todo es posible al que cree…, si tuvierais fe como un grano de mostaza…, ¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios? (Jn 11.40). Jesús nos sitúa en un mundo inacabado, sembrado de un futuro que es preciso hacer fructificar.
Historia de amor
Jesús amó a las personas a quienes nadie amaba; amó a cada persona de una manera creadora. «Amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro» (Jn 11.5). Y el amor da vida. El que te ama te hace sentir vivo. Los verdaderos muertos son aquellos a quienes nadie ama. El amor de Jesús hace al otro capaz de lo que parece imposible. «Jesús se echó a llorar. Decían entonces los judíos: ¡Mirad cómo lo amaba!» (Jn 11.35-36). Como expresión de ese amor. Jesús llega a poner en peligro su vida. Vuelve a Jerusalén a meterse en la boca del lobo. Pero lo hace con plena conciencia y libertad (Jn 11.5).
Como cuando comenzó la misión al servicio del sueño aprendido en Nazaret. Cuando dejó su pueblo y a su gente y salió a los caminos. Jesús no se propuso buscar la vida y la aventura. No buscaba hacer carrera: salió a compartir y repartir la vida del pueblo necesitado: se hizo itinerante para acercarse a cada persona, a cada grupo, y hacerle sentir la caricia renovadora de la nueva vida que empezaba.
No se entiende la persona de Jesús principalmente en la perspectiva del saber; Jesús era más un enamorado que un ilustrado; más que un alumbrado, era un deslumhrado ante el misterio de la vida y de las promesas de su pueblo. Fue un hombre vivo y vivificador. Estuvo despierto en las diferentes situaciones de su vida, incluso en la adversidad y el desencanto histórico, en el conflicto y el abandono. Jesús fue un contemplativo en la acción de la liberación de los caminos, afanosamente recorridos para reunir la familia del reino. Su amor fue lúcido y apasionado por el pueblo. Le llevó al empobrecimiento. Fue universal y servicial.
Historia de esperanza
Esperó Jesús un nuevo futuro en las situaciones donde otros no veían nada que esperar. Sabía que no hay nada imposible para el Dios que está a punto de revelarse como rey. que saca futuro de la esterilidad y crea libertad en medio de la opresión. No participó Jesús en la cultura de la resignación y de la desesperanza. Anunció la buena noticia de la llegada del reino: era la gran esperanza, la gran buena noticia. Y la esperanza da vida y es vida. Para Él la desesperanza es pecado; mata la vitalidad de la vida. La desesperanza es un acto reaccionario. Una vida sin esperanza tiene tan poco sentido como una noche sin amanecer. Pretender atenerse a la realidad de los hechos sin contar con su futuro es falta de realismo. Sólo al crepúsculo matutino del reino de Dios aparecen los hechos en su verdadera realidad.
Por los caminos de Galilea y de Judea. Jesús empieza a mostrar que es "la resurrección y la vida" contagiando esperanza a su pueblo, situándolo ante la nueva presencia del Dios vivo y vivificadorque es fiel a sus promesas y las cumple, haciendo la memoria de su futuro. Por los caminos, al ir rehaciendo la vida de los enfermos y de los excluidos, al ir alegrando el corazón de los pobres, Jesús muestra simbólicamente y anticipa realmente el triunfo de la vida nueva sobre la muerte, del amor sobre la indiferencia.
El acontecimiento insólito
La historia de los hombres condujo a Jesús a un callejón sin salida. No quedaba lugar para Él en este mundo. Sus provocaciones hicieron inevitable su rechazo y su muerte. Tanta novedad de vida no cabía en las viejas dimensiones del mundo atenazado por el temor a la muerte. Su esperanza resultaba inquietante y subversiva para el conservadurismo que prefería las certidumbres insípidas de la ley a las dulces esperanzas del reino de Dios. Tanto amor gratuito y liberador resultaba incompatible con los viejos esquemas retributivos de la justicia de Dios.
La historia liberadora de Jesús desemboca en la crucifixión. El libertador es encadenado. El vivificadores asesinado. El Hijo de Dios es crucificado en nombre del dios de la ley tras ser condenado a muerte por sus representantes. El hombre biófilo, imaginativo y creador se encuentra preso, a merced de los demás. Le quitan todo: la libertad, la palabra, los discípulos… Pero no pueden quitarle el amor.
Jesús vive activamente su propia muerte. Da su vida. Entrega el espíritu. La crucifixión de Jesús representa la concentración y radicalización de su actitud vital, de su servicio, de su amor y su esperanza. La tradición icónica suele expresar esta entrega con la imagen del pelícano, que cuando ya no tiene nada con qué alimentar a sus polluelos se abre el pecho con el pico y da su sangre para salvar la vida de sus criaturas.
Pero el final histórico no tuvo la última palabra. El Padre tuvo una palabra ulterior: Lo resucitó de entre los muertos. De una vez para siempre lo ha hecho pasar de la muerte a la vida, de la humillación a la glorificación; lo ha convertido en el Señor de vivos y de muertos. La vida se ha mostrado en el más fuerte que la muerte: el amor se ha revelado más fuerte que el odio y la indiferencia.
El Resucitado llega a ser loque antes ya era: el Viviente y el Vivificante. Ahora lo es de otra manera, lo es en plenitud. El Resucitado es el resucitador. En Él se personaliza la fuerza de la nueva vida. Es el primogénito de entre los muertos. Inaugura el proceso de nuestra resurrección de entre los muertos. Vivimos ya bajo el dinamismo de la resurrección.
La amenaza de la muerte ha sido rota. El poder del pecado que actúa por temor a la muerte ha sido vencido. Las ataduras de la opresión han sido desatadas. La muerte ha perdido su dominio en Él. Dando muerte a Jesús se agotó su maldad esclavizadora. La resurrección de Jesús ha cambiado el sentido de la muerte. Es el fundamento permanente y el contenido de nuestra liberación.
«Lázaro, sal fuera» (Jn 11,43)
La resurrección de Lázaro es diferente de la resurrección de Jesús. La llamamos por el mismo nombre. Pero se trata de acontecimientos diversos. A la llamada poderosa de Jesús, Lázaro responde volviendo a esta vida mortal, retorna a este mundo. En cambio, la resurrección de Jesús acontece de una vez para siempre, es el paso de este mundo al Padre. La de Jesús es resurrección hacia adelante, escatológica. El resucitado Jesús de Nazaret ya no muere más. La muerte ya no tiene dominio sobre él. El resucitado vive totalmente para Dios. Participa de la plenitud de la vida, de la luz, del amor.
La revivificación de Lázaro es un signo. Muestra el poder resucitador de Jesús ya en el presente, en la historia. Autentifica su vida y su misión mesiánica.
Creer en el Resucitado
La fe en el resucitado es participación en el proceso de la resurrección de los muertos que se inicia en El. Creer que Jesús es la resurrección y la vida es sintonizar con la acción recreadora y vivificadora de Dios, contar con la inagotables posibilidades de Dios en nuestro mundo. La fe cristiana se refiere al Dios que hace posible lo que nos parece imposible. Se trata de una fe esperanzada y creadora. La esperanza, a su vez, es descubrimiento y pasión por lo posible. Y posible es que la resurrección actúa en nosotros. Y posible es que estamos amenazados de resurrección de una manera tan real como que estamos amenazados de muerte por el hecho de ser mortales.
Creer que Jesucristo es la resurrección y la vida es ponerse en contra de la muerte, de toda forma de muerte: la muerte física, la muerte social, la individual y la colectiva, la de los pueblos y la de la naturaleza. La fe que nace de la resurrección del crucificado es compromiso de lucha contra las causas de la muerte. La resurrección de Jesús es la gran protesta de Dios contra la muerte. El Dios resucitador es un Dios de la vida y se declara en favor de la vida. Al resucitar al Jesús crucificado nos releva el fin de la muerte en Él y en todos. Llegará un día en que no habrá ni dolor, ni lágrimas ni muerte. El Dios de la vida será todo en todo. Ello quiere decir que la muerte es provisional. Su desaparición es cuestión de tiempo.
La resurrección que es Jesucristo actúa en nosotros por el amor y la esperanza. Se convierte en resistencia frente al mal. Se verifica en la paciencia durante la larga marcha de la historia. El Resucitado actúa en nosotros manteniendo la esperanza de la Iglesia "a pesar de los pesares" e impulsando la sociedad hacia el futuro, a pesar de los dos tercios y del paro, de la amenaza nuclear y de la crisis ecolológica, del abismo creciente entre los pueblos pobres del sur y los ricos del norte.
II. Resonancias
Para la revisión personal y comunitaria
¿Qué expresiones de vida y de muerte encuentro en mí mismo y en mi comunidad?
El lenguaje que usamos
Las actitudes
La rutina o la creatividad,
El temor o la simpatía ante lo nuevo,
El mantenimiento de la ley o la libertad responsable.
La paz a cualquier precio o las tensiones con diálogos y reconciliación.
La comunicación superficial o la comunicación profunda.
La pastoral de mantenimiento o la pastoral de evangelización.
Para la celebración
* Aprovechar la rica simbología pascual:
- contemplación del cirio: clavos, cruz, fecha, alfa y omega.
- el contraste de la luz y las tinieblas.
- el agua como fuente de vida.
- Símbolos que hacen j.w.isar en la resurrección.
El ave fénix
Cuenta una antigua leyenda que el ave fénix tiene un instinto maravilloso. Cuando siente que se acerca ya su fin, hace su nido en la palmera más alta. Y lo construye a base de maderas olorosas. Antes de morir logra que las encienda el calor del sol. El aviva la llama con sus alas. Luego se dejaquemar. De las cenizas nace el nuevo fénix, que después de muchos años vuelve a hacer lo mismo que su padre.
Posibles dinámicas
- Dar un paseo de grupo meditando y representando los distintos personajes del pasaje de los discípulos de Emaús( Le 24,13-35).
- Representar con un ejercicio de expresión corporal el desarrollo de la vida de una planta desde la semilla hasta el fruto. Cada persona lo hace al ritmo y con las gestos que quiere tratando de identificarse con el proceso. Después cada participante comparte cómo se ha sentido y qué ha aprendido.
- Construir entre todos el árbol de la cruz como árbol de la vida.
- Dramatizar el texto bíblico de la resurrección de Lázaro: Dando por supuesto que el grupo conoce ya el texto, cada persona elige el personaje del relato con el que se quiere identificar, una vez distribuidos los personajes se deja un tiempo para que cada uno pueda leer el texto bíblico y meterse en su personaje. Luego el grupo improvisa una conversación recreando cada uno su personaje. Se puede seguir el orden de la narración bíblica. Al final se comparte cómo se ha sentido cada uno y de qué ha tomado más conciencia.