Yo también tengo algo de culpa de lo ocurrido en Bangladesh

8 de mayo de 2013

El pasado 24 de abril se derrumbó un edificio en Bangladesh causando cerca de 700 muertos. En el mismo había varios talleres textiles que trabajaban para conocidas marcas internacionales. ¿Quién es responsable?

Era responsable el propietario, en la medida que el permiso de edificación era para 5 plantas y construyó 8. La autorización era para uso comercial y se usaba en actividades industriales. Y los materiales utilizados en la construcción han sido calificados de “muy poca calidad”.

Responsables fueron los jefes de las fábricas allí ubicadas, que permitieron someter al edificio a una excesiva sobrecarga, no cesaron la actividad industrial pese a un riesgo que ya se había anunciado y exigían trabajar en unas condiciones laborales muy cuestionadas.

También son responsables las autoridades locales, por la falta de vigilancia y control. Quién sabe si por negligencia, presión política, falta de medios o por soborno.

Son responsables los legisladores del país, ya que sus leyes son muy permisibles en materia de construcción, laborales, medioambientales etc.

¿Se acaba ahí la responsabilidad?

Las fábricas afectadas eran proveedoras de diversas empresas multinacionales de moda. También ellas tienen su parte de complicidad. Porque no pueden limitarse a aprovechar las ventajas de una producción mucha más barata, sin tener en cuenta cómo se produce esa fabricación.

¿Y los consumidores? Sí, yo y tú.

Con frecuencia ocurre que no sabemos o no queremos saber que, eso que tan barato compramos, se ha fabricado en los denominados “talleres de sudor”, con sueldos de apenas un euro al día, hacinados y con escasa ventilación.

Hay quien argumenta que estos hechos son un mal menor; que peor es no tener trabajo y que gracias a ello en esos países pueden malvivir.

Pero ¿no te rechina que nos aprovechemos de la pobreza de esas personas para explotarlas? ¿No crees que el desarrollo no puede ser sólo económico sino también humano?.

La dignidad humana exige tener en cuenta que hay unos mínimos que no se deben sobrepasar. Entre ellos está la seguridad e higiene en el trabajo.

Kant propone comprobar la consistencia ética de nuestras decisiones así: “cuando evalúes una acción pregúntate: ¿me gustaría que los demás, si se encontraran en mi situación, hicieran lo mismo?. Si la respuesta es que sí, vas por buen camino. Si la respuesta es que no, cambia tu comportamiento”.

Ponte en la situación de las personas que malviven en esos talleres. Y, luego piensa cómo actuar de forma ética para garantizar que los principios mínimos antes mencionados se cumplen. Sugiero una forma de hacerlo: exigiendo unos certificados fiables de cómo se han fabricado esos productos. Una exigencia que deben imponer tanto de las multinacionales que los compran como las administraciones que autorizan la importación. Y también nosotros, los consumidores finales.

¿Podemos mirar para otro lado e insensibles a las condiciones de trabajo con las que se producen los productos que compramos?

 


Extraído del blog «Creyentes y Responsables»

Fuente de imagen: Depositphotos