De vez en cuando Europa está de luto… muy triste. En miles de hogares hay personas que lloran desconsoladas porque han perdido a quien amaban.
¿Por qué maldición ha de interrumpirse así el derecho a vivir de tantas y tantas personas? ¿Qué demonio está apoderándose de nuestra humanidad en este tiempo atroz?
- Se interrumpe la vida de centenares de personas inocentes (adultos, jóvenes y niños), cuando el día más inesperado un avión de pasajeros es estrellado contra una montaña por un piloto alienado y suicida.
- Se interrumpe la vida de centenares de personas inocentes, cuando otro día un avión estalla en pleno vuelo a causa de una bomba disimulada tras uno de los asientos de pasajeros.
- Se interrumpe la vida, cuando un viernes por la noche ciudadanos pacíficos comienzan su fin de semana y unos exterminadores siegan sus vidas en la ciudad de la luz, París
Y yo me pregunto:
¿dónde estabas Dios nuestro? ¿No eres tu el que cuida de su pueblo el que protege a su escogido, el que siente ternura por sus fieles?
Y en mi silencio escucho a alguien cantar: “Yo ví llorar a Dios”, o a una joven periodista en el campo de concentración de Auschwitz escribir: “¡tengo que ayudar a Dios!” (Etty Hillesum).
- No es éste el momento de enfrentarnos entre nosotros y acusarnos mutuamente por las consecuencias nefastas de nuestras diferentes ideas políticas.
- No es éste el momento para justificarnos nosotros y condenar a los demás
- Ni es el momento de cultivar en el corazón sentimientos de venganza.
Es el momento del silencio doloroso, del duelo, de la lamentación. Es el tiempo propicio para conectar con el Misterio de la iniquidad y sentir su horror.
¿No lo hemos escuchado esta mañana en la Eucaristía? ¡Jesús llora sobre Jerusalén! ¡Jesús llora sobre París! ¡Jesús llora sobre Siria! ¡Jesús llora sobre las caravanas de desplazados y expulsados de su tierra, de sus casas! ¡Jesús llora sobre el cementerio del mediterráneo!
Y nosotros queremos compartir su llanto. Y suplicarle más que nunca. ¡Ven, Señor Jesús! Marana Tha! Y tras el luto y la oración intercesora, que tengamos la fuerza para “salir” al encuentro para proteger, cuidar, sentir ternura y unir a los hijos e hijas de Dios dispersos y enfrentados. Con más pasión y decisión que nunca digamos: ¡Venga a nosotros tu Reino! ¡Líbranos del Mal!
DIME (José Luis Perales)
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Extraído del Blog: "Ecología del Espíritu"