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Hay muchos pasajes evangélicos donde los interlocutores son anónimos. De este modo, la personalización es mayor, pues podemos imaginarnos en su lugar y vernos como destinatarios directos de las palabras de Jesús.
Las escenas evangélicas de Pascua giran en torno al cenáculo o a una comida. Tanto respecto a la comida que le dan los discípulos a Jesús en Jerusalén, como a la que Él les tiene preparada en las orillas del Lago de Tiberiades, se especifica que era pescado.
Volver a Galilea es volver al inicio del seguimiento, al ejercicio de memoria para recordar lo que sucedió cuando Jesús se encontró por primera vez con sus discípulos, a aquellos momentos luminosos junto al Lago de Tiberiades, a los paseos en barca, las noches al raso bajo las estrellas en un clima suave, entorno florecido, convivencia cercana con el Nazareno.
Pascua es paso del pecado a la gracia, del rencor al perdón, de la tristeza al gozo. Pascua es paso de la duda a la fe, del resentimiento a la alabanza, del ensimismamiento a la entrega, de la soledad a la pertenencia comunitaria.
De no haber sido verdad que los discípulos del Señor habían podido tocar las huellas transfiguradas de las llagas de su Pasión, la imaginación no habría podido forjar que habían reconocido al Resucitado por esas señales.