La relación de amor entre los cónyuges tiene una dimensión de fascinación. El tiempo fundante es fascinante. Es un tiempo de descubrimiento del otro, del descubrimiento de sí mismo/a gracias a la mirada de amor del pretendiente.

La relación de amor entre los cónyuges tiene una dimensión de fascinación. El tiempo fundante es fascinante. Es un tiempo de descubrimiento del otro, del descubrimiento de sí mismo/a gracias a la mirada de amor del pretendiente.
Es esta una pregunta para analizar la relación. Es aplicable tanto a la relación conyugal, como a la relación de amistad, como a la relación fraterna y comunitaria. ¿Qué es lo que realmente nos mantiene unidos?
La vida conyugal tiene su termómetro en la calidad y frecuencia de la comunicación interpersonal. A la inversa, la dificultad de la comunicación es un factor de separación y desilusión. Se expresa en frases como: ya no hablamos; nos decimos solo lo más elemental, no tenemos temas comunes; nos hemos vuelto unos desconocidos.
La comunicación forma parte esencial de la vida interpersonal, y de modo especial de la vida conyugal. El diálogo hace revivir lo mejor de la relación conyugal. La comunicación abierta y transparente recrea y nutre la intimidad.
Yo quiero resucitar ¿Tú quieres resucitar? ¿Quieres vivir para siempre? ¿Sientes pasión por la vida? ¿Puedes afirmar que eres una persona “biófíla”? ¿Sientes rebeldía frente a la muerte individual e indignación ética frente a la cultura de la muerte?
Son los novios los que se casan, la boda es el comienzo de la vida matrimonial sacramental.
Según señalan las estadísticas del Instituto Nacional aumentan las matrimonio civiles; disminuyen los canónicos. La proporción es ya de 6 a cuatro. Y la tendencia va en aumento. Sucede que también aumentan los divorcios, el número de parejas de hecho. Y al mismo tiempo desciende la nupcialidad.
En una cultura bastante emocional como es la nuestra, suena bien la palabra ternura. Se asocia a una constelación de experiencias gratificantes. Se trasponen los significados inmediatos a la dimensión religiosa.
Me cuentan que una mujer casada abandona a su marido y a sus hijos. Y da esta explicación: “quiero ser feliz”. Resulta sorprendente. ¿Quién no quiere ser feliz? Yo quiero ser feliz. Aspiro a ello.
Uno de las urgencias de la pastoral actual consiste en proponer nuevos modelos de santidad. En la tradición han ido sugiriendo modelos según las épocas: los apóstoles, los mártires, los monjes, los confesores, las vírgenes, los misioneros…
Acaba de llenar las primeras páginas de los medios informativos una boda famosa. Le viene la singularidad tanto notoriedad de los personajes como de la circunstancia de la edad. Las reacciones de los informadores y comentaristas son dispares.