La relación conyugal es uno de los más fuertes motivos y razones para vivir, llena la vida de energía y de felicidad pero también se puede convertir en un infierno.
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La relación conyugal es uno de los más fuertes motivos y razones para vivir, llena la vida de energía y de felicidad pero también se puede convertir en un infierno.
Saboreamos la precariedad de la vida. Somos finitos. Nos da miedo no tener bastante tiempo para vivir.
No somos iguales. No somos neutros. Somos sexuados, hombres y mujeres. Diferentes. Gracias a Dios.
La relación conyugal no se logra por arte de magia: no es cuestión de encontrar la otra media naranja.
El amor conyugal tiene que pasar la prueba del tiempo para hacerse adulto.
Escribo estas líneas el día de San Valentín, fiesta de la amistad, el día de los enamorados.
Hay quien espera del cónyuge nada menos que la felicidad; se casa para ser feliz.
Propongo algunas reflexiones sobre los argumentos del magisterio que determinan el estado de la cuestión.
Se pueden señalar más; la pluralidad real de los matrimonios implica diferentes etapas en su evolución.
La relación de pareja es una forma de realización personal. Pero tiene su lógica propia.
Invitados a seguir haciendo el tránsito de la decepción a la esperanza, del abandono a la entrega a la misión, de la superficialidad a la profundidad.