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La presencia de María encuentra múltiples medios de expresión… En la fe de María se ha vuelto a abrir por parte del hombre aquel espacio interior en el cual el eterno Padre puede colmarnos «con toda clase de bendiciones espirituales». el espacio de la nueva y eterna alianza. Este espacio subsiste en la Iglesia (RM, 28).
La peregrinación de la fe ya no pertenece a la madre del Hijo de Dios; glorificada junto al hijo en los cielos, María ha superado ya el umbral entre la fe y la visión «cara a cara» (RM, 6).
María, par su mediación subordinada a la del Redentor, contribuye de manera especial a la unión de la Iglesia peregrina en la tierra con la realidad escatológica y celestial de la comunión de los santos, habiendo sido ya asunta a los cielos (RM, 41).
Cuando Isabel saludó a la joven pariente que llegaba de Nazaret, María respondió con el Magníficat. Lo que en el momento de la anunciación permanecía oculto en la profundidad de la obediencia de la fe ahora se maníficat esta como una llama del espíritu, clara y vivificante. Las palabras usadas por María en el umbral de la casa de Isabel constituyen una inspirada profesión de su fe… en ellas se vislumbra la experiencia personal de María, el éxtasis de su corazón (RM, 36).
María es la primera en participar de esta nueva revelación de Dios y, a través de ella, de esta nueva autodonación de Dios. Por eso proclama: «Ha hecho obras grandes por mi; su nombre es santo». María es consciente de que en ella se realiza la promesa (RM, 36).