En su autobiografía, Nikos Kazantzakis cuenta cómo en su juventud fue estimulado por una inquietud que lo tuvo buscando algo que él nunca pudo definir totalmente. No obstante, hizo las paces con su falta de paz porque aceptó que, dada la naturaleza del alma, se daba por hecho que sentiría esa inquietud y que un alma sana es un alma estimulada.
