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“La idolatría más perjudicial no es el becerro de oro sino la enemistad contra el otro”. El renombrado antropólogo René Girard escribió eso, y su verdad no se admite fácilmente. A casi todos nosotros nos gusta creer que somos maduros y de gran corazón, y que amamos a nuestros prójimos y estamos libres de enemistad hacia otros. Pero, ¿es esto así?
Daniel Berrigan, en una de sus famosas frases ingeniosas, escribió una vez: ¡Antes de que te comprometas en serio con Jesús, considera primero en qué grado vas a dar una buena imagen en el madero (de la cruz)!
El escritor de espiritualidad Tom Stella cuenta una historia de tres monjes en oración en la capilla de su monasterio. El primer monje se imagina a sí mismo siendo llevado al cielo por los ángeles. El segundo monje se imagina a sí mismo ya en el cielo, cantando las alabanzas de Dios con los ángeles y santos…
Un soldado corriente no tiene miedo a la muerte, y en cambio Jesús sí que tuvo. Iris Murdoch escribió esto, y esa verdad puede ser algún tanto desconcertante. ¿Por qué? Si alguien muere con profunda fe, ¿no debería morir en cierta calma y tener la confianza de obtener el premio de esa fe?
Un seminarista a quien conozco fue recientemente, un viernes por la tarde, a una fiesta tenida en un local del campus universitario. El grupo estaba compuesto por un gentío de estudiantes universitarios jóvenes, y cuando él fue presentado como seminarista, como alguien que trataba de llegar a ser sacerdote y que había hecho un voto de celibato, la mención de celibato evocó ciertas risitas en el local, alguna burla y chistes sobre lo mucho de lo que él debe prescindir en la vida.