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Nuestros cuerpos y nuestras almas tienen por separado su proceso de madurez, y no siempre están en armonía. Así, T. E. Laurence, en “Los siete pilares de la sabiduría”, hace este comentario sobre alguien: “Tenía miedo de su madurez conforme profundizaba más, con su maduro pensamiento y acabado arte, pero a la que le faltaba la poesía de la infancia para hacer vivo un final completo de la vida… su condicionada y mortal alma madurando más rápidamente que su cuerpo, iba a morir antes que él, como la mayoría de las nuestras”.
Todos nosotros alimentamos nuestro propio sueño secreto de lo que nos traerá la felicidad, y con frecuencia esa fantasía está en lucha con lo que conocemos ser verdadero a un nivel profundo. ¿Qué es lo que nos hará felices?
A veces, las cosas pueden parecer buenas superficialmente, mientras, en el fondo, nada es bueno. Vemos esto, por ejemplo, en la famosa parábola de los evangelios sobre el hijo pródigo y su hermano mayor.
En un nuevo libro titulado Jesús de Nazaret, el afamado estudioso escriturista alemán Gerhard Lohfink describe cómo en los evangelios la gente se relaciona con Jesús de diferentes maneras. No todos fueron apóstoles, no todos fueron discípulos y no todos los que contribuyeron a la causa de Jesús lo siguieron.
Pocos pensadores han influido en mí tan profundamente como Robert L. Moore. ¿De quién se trata? Es un erudito que ha pasado casi 50 años estudiando la energía humana desde la perspectiva de la psicología, antropología y espiritualidad.