¿Cómo podemos elevar hacia Dios nuestros momentos más oscuros, más deprimidos y solitarios? ¿Cómo podemos orar cuando nos sentimos tan profundamente solos, desamparados, y todo nuestro mundo parece estar derrumbándose?

¿Cómo podemos elevar hacia Dios nuestros momentos más oscuros, más deprimidos y solitarios? ¿Cómo podemos orar cuando nos sentimos tan profundamente solos, desamparados, y todo nuestro mundo parece estar derrumbándose?
Hay una tendencia preocupante en nuestras iglesias hoy. En pocas palabras estamos viendo que la acogida en nuestras iglesias se vuelve menos “incluyente”. Cada vez más nuestras iglesias están exigiendo una pureza y exclusividad no exigida por Jesús en los Evangelios.
La ansiedad, como todas las tensiones, nos devora en varios niveles. Superficialmente nos preocupamos por muchas cosas. En el fondo, vivimos con tanta ansiedad que ésta se manifiesta en todo lo que hacemos.
A un amigo mío le gusta bromear fingiendo que un egoísta extremo y de vez en cuando airea este chiste: "¡La vida es difícil porque tengo que cargar con mi propia magnitud"
Todos conocemos un montón de gente que parecen muy inmersos en esta vida, en sus matrimonios, sus familias, sus trabajos, en el entretenimiento, los deportes, y en sus preocupaciones cotidianas que no parece en lo absoluto que tengan a Dios como centro de su atención consciente en una parte significativa de su vida diaria.
Nuestros años generativos son un maratón, no una carrera de velocidad, por eso de hace díficil mantener siempre la amabilidad, la generosidad y la paciencia en medio del cansancio, las pruebas y las tentaciones que nos acosan a través de los años de nuestra vida adulta.
Moralismos amargados, no importa cuán válida es la indignación que lo inflama, adopta muchas formas y se reconoce siempre por su falta de calidez y su incapacidad para bendecir a los demás.
Como un hijo adulto de Rene Descartes, respiro en la secularidad, un aire muy mezclado, puro y contaminado, y me encuentro dividido entre la esperanza y el miedo, cómodo y, sin embargo, inquieto, defendiendo la secularidad aun cuando yo mismo la crítico.
De la Biblia a los casinos, el siete es a menudo considerado un número mágico, perfecto, y de la suerte. Jesús nos dijo que perdonáramos a aquellos que nos hacen daño setenta veces siete veces. Es evidente que se refería en el sentido de lo infinito.
Esta es una frase de Daniel Berrigan quien con toda razón nos advierte que la fe en Jesús y en la resurrección no nos va a salvar de la humillación, el dolor y la muerte en esta vida. La fe no tiene como intención hacer eso.
¿Cómo podemos elevar hacia Dios nuestros momentos más oscuros, más deprimidos y solitarios? ¿Cómo podemos orar cuando nos sentimos tan profundamente solos, desamparados, y todo nuestro mundo parece estar derrumbándose?