La Navidad tiene que llevarnos de nuevo al pesebre, de forma que nuestros corazones puedan sentir aquella frescura y novedad que quiere hacernos comenzar a vivir de nuevo.

La Navidad tiene que llevarnos de nuevo al pesebre, de forma que nuestros corazones puedan sentir aquella frescura y novedad que quiere hacernos comenzar a vivir de nuevo.
Cuando la joven mística francesa, Santa Teresita de Lisieux, intentaba explicar su vocación, se refirió a una vivencia interior que le abrasó el alma y que había recibido como don:
Nuestra falta de pureza es, creo yo, una de las causas profundas de tristeza en nuestras vidas.
Dios hace brillar el sol sobre los malos igual que sobre los buenos.
Todo lo que nos es precioso y muy querido, finalmente, de un modo u otro, se nos arrebatará.
El peligro real de la riqueza es que causa una “ceguera” que nos vuelve incapaces de ver a los pobres.
Hay una buena razón por la que espontáneamente nos sentimos incómodos frente a gestos patentes de intimidad que pretenden realmente expresar emoción personal.
Algunas veces la gente de iglesia intenta señalar una cuestión moral concretacomo la prueba definitiva para determinar si alguien es o no es verdadero seguidor de Jesús. Si hubiera de existir una verdadera prueba definitiva que muestre al genuino seguidor de Jesús, ojalá fuera ésta: ¿Puedes seguir amando a los que te malinterpretan, a los que se te oponen, te son hostiles y te amenazan – sin sentirte paralizado, endurecido o condescendiente?
Es triste que tendamos a definir hoy la vida y su significado casi únicamente basados en la salud, productividad, ganancias o beneficios, y en lo que podemos contribuir activamente en beneficio de otros.
Hace varios años, en las llanuras de Canadá, no lejos del lugar donde nací y crecí, un hombre llamado Robert Latimer mató a su hija gravemente incapacitada, Tracy.La puso dentro de la furgoneta de la familia, empalmó un tubo a la emisión de gases, cerró las ventanas y puertas de la furgoneta, y dejó dormirse a la hija.
La Navidad tiene que llevarnos de nuevo al pesebre, de forma que nuestros corazones puedan sentir aquella frescura y novedad que quiere hacernos comenzar a vivir de nuevo.