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Tenemos que estar abiertos a una nueva empatía hacia aquellos cuya iglesia es diferente de la nuestra y a una comprensión más amplia de lo que significa pertenecer a una confesión o religión particular.
Dios nos tiene que aupar, tomar en sus brazos, como hace la madre con su hijo. Lo que se necesita es un abrazo físico. La piel necesita que la toquen. Dios sabe eso. Por eso Jesús nos dio la Eucaristía.
Si una persona hubiera ideado el cristianismo, no tendría en su mismo centro un concepto que fuera imposible de comprender o explicar: la idea de que Dios existe como uno, pero en tres personas.
Las palabras no siempre reflejan con fidelidad el corazón. Además, invariablemente las palabras nos fallan justamente cuando más las necesitamos, especialmente en situaciones de sentimientos profundos en las que la tragedia, la muerte y la traición nos dejan mudos.
La iglesia no comprende la pasión y el mundo no comprende la pureza. Éste es un axioma que un amigo mío utiliza con gusto para explicar por qué el paisaje moral en torno a la sexualidad es hoy como es: intransigente, polarizado y mal equipado para invitar a la gente a evaluar honestamente su vida sexual.