Vivimos en un mundo muy prometedor, pero a la vez muy necesitado, a veces marcado por la oscuridad.

Vivimos en un mundo muy prometedor, pero a la vez muy necesitado, a veces marcado por la oscuridad.
Sin un nuevo fervor misionero de la parroquia, del que sean protagonistas los mismos agentes pastorales que en ella trabajan, es difícil vivir una radical, nueva evangelización
La evangelización es la proclamación, mediante palabras, acciones y el carácter cristiano, de la obra salvífica de Jesucristo mediante la cruz y la resurrección.
Si el fenómeno de la secularización existe en nuestros países de antigua cristiandad, ello no nos debe descorazonar, sino renovar en nosotros el espíritu misionero. Debemos mirar al mundo hodierno con la mirada del Padre.
Hoy día, en muchos países occidentales la nueva evangelización es, de hecho, un primer anuncio si se considera la secularización general de las costumbres y la cultura. Más que la ignorancia, debemos lamentar una cultura formada por la lengua mediática y su recurso a la instantaneidad y a la efectividad.
La globalización es uno de los “signos” de nuestro tiempo. El proceso de globalización es tanto económico como financiero. Pero la globalización es también social y cultural, como indican claramente los Lineamenta (n. 6). Los modelos de migraciones de masa en todo el mundo han traído un nuevo encuentro y una nueva “mezcla” de culturas.
El Espíritu Santo es el autor de la pluralidad y de la diversidad. Juan XXIII dijo que el Concilio Vaticano II es el nuevo Pentecostés.
Vivimos en un mundo muy prometedor, pero a la vez muy necesitado, a veces marcado por la oscuridad.
Sin un nuevo fervor misionero de la parroquia, del que sean protagonistas los mismos agentes pastorales que en ella trabajan, es difícil vivir una radical, nueva evangelización
La evangelización es la proclamación, mediante palabras, acciones y el carácter cristiano, de la obra salvífica de Jesucristo mediante la cruz y la resurrección.
Si el fenómeno de la secularización existe en nuestros países de antigua cristiandad, ello no nos debe descorazonar, sino renovar en nosotros el espíritu misionero. Debemos mirar al mundo hodierno con la mirada del Padre.