Comentario al Evangelio del 20 de mayo de 2024

Fecha

20 May 2024
Finalizdo!

Queridos hermanos, paz y bien.

Una buena forma de reanudar el tiempo ordinario, después de la Cuaresma, la Semana Santa y la Pascua. Después de recibir el Espíritu Santo, impulsados por ese fuego abrasador, se nos presenta para la reflexión a Santa María, Madre de la Iglesia.

Desde 2018, el Papa Francisco fijó la memoria de la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia, en el lunes siguiente a la solemnidad de Pentecostés, el día en que nace la Iglesia. Se nos recuerda que la maternidad divina de María se extiende, por voluntad del mismo Jesús, a todos los hombres, así como a la Iglesia.

Es lo que el Evangelio de Juan hoy nos narra. Al pie de la cruz, varias mujeres, y el Discípulo amado.  De alguna manera, vemos a María fiel desde el principio hasta el final. Aquel “sí” que dio un día, ya lejano, en Galilea, aceptando la voluntad de Dios, se confirma especialmente en esos momentos tan duros, cuando la profecía de Simeón – una espada de dolor te atravesará el corazón – se hace realidad.

Lo que las lecturas de hoy nos recuerdan es la unión entre la madre de la humanidad y la Madre de la Iglesia. De la primera Eva, que nos trae la calamidad al mundo, a la nueva Eva, madre de la Iglesia.

El caso es que todo lo bueno, todo lo que Dios hizo bien, muy bien, comienza a estropearse por culpa del desordenado deseo de ser como Dios.  Por ese deseo, la espiral de la mentira no deja de crecer. Nadie quiere reconocer su error, y, cual Poncio Pilatos cualquiera, se lavan las manos y echan la culpa a otro. Es algo que nos suena, quizá. Cuesta aceptar la propia limitación, reconocer que no todo lo hacemos bien y que en ocasiones nos equivocamos o, en términos religiosos, pecamos. Se rompe el vínculo entre el hombre y Dios. La deuda originada por este “pecado original” es tan grande, que sólo la intervención del mismo Dios puede reparar la situación.

La muerte en la cruz del Dios – hombre es la manera de pagar por esa deuda infinita. La crucifixión de Jesús permite rellenar el abismo que separaba al hombre de Dios. Desde ese momento, volvió la esperanza a la humanidad. Y, como no podía ser de otra manera, la Virgen María está en el centro de los acontecimientos. Antes de morir, Jesús confía a su Madre al Apóstol amado, y, por extensión, a toda la Iglesia. La Madre de Cristo se convierte en la Madre de la Iglesia. En nuestra Madre. Eso es otro motivo para la esperanza, porque no hay mejor abogado que una madre amorosa.

En todo caso, la Liturgia nos recuerda, con periodicidad que, incluso en los peores momentos, de alguna manera, Dios se ocupa de nosotros. A través de la comunidad, de los sacramentos, de la oración, de la intercesión de la Virgen María, de los méritos del mismo Jesús, siempre escucha nuestras súplicas, incluso las que no nos atrevemos a formular, e intenta que nuestra voluntad acepte y encaje en sus planes. Que son siempre para nuestro bien.

Vuestro hermano en la fe,
Alejandro Carbajo, C.M.F.

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