Comentario al Evangelio del día 21 de Octubre de 2024
Queridos amigos y amigas:
Las lecturas de hoy nos invitan a reflexionar sobre nuestra relación con Dios, su gracia y la forma en que valoramos las cosas en la vida. En la carta a los Efesios, San Pablo nos recuerda que, antes de conocer a Cristo, estábamos muertos espiritualmente, atrapados en los deseos egoístas y en las corrientes de este mundo. Sin embargo, Dios, en su infinita misericordia, nos ha dado nueva vida en Cristo. Esta salvación no es algo que hayamos ganado por nuestras obras, sino que es un regalo puro de su amor y gracia. Nos ha resucitado con Cristo y nos ha dado un propósito: vivir para hacer el bien, realizando la misión que Dios ha preparado para cada uno de nosotros.
Esta realidad nos invita a reconocer que somos obra de Dios, creados para un propósito más grande que nosotros mismos. No podemos presumir de nuestras acciones, porque todo lo que somos y hacemos viene de la gracia de Dios. Todo es don. Este regalo inmenso no solo nos salva, sino que también nos impulsa a responder en gratuidad a tanto bien recibido, siendo instrumentos de su amor en el mundo. Así, nuestras vidas deben reflejar esa gracia que hemos recibido, viviendo con gratitud y dedicación al servicio de los demás.
El evangelio de hoy refuerza esta enseñanza con una advertencia contra la codicia y el apego a las riquezas. Jesús nos presenta la parábola del hombre rico que acumulaba bienes sin preocuparse por lo que verdaderamente importaba. Este hombre pensaba que su seguridad y felicidad dependían de sus posesiones materiales, pero Dios le recuerda que la vida no depende de lo que se tiene. Al final, todo lo que acumulamos aquí en la tierra no tiene valor si no somos ricos ante Dios, es decir, si no cultivamos una vida centrada en el amor, la generosidad y la justicia.
Esta advertenci es actual para nosotros hoy. Muchas veces, como el hombre de la parábola, ponemos nuestra confianza en lo que poseemos o en nuestras propias capacidades, creyendo que esas cosas nos darán seguridad. Pero Jesús nos llama a mirar más allá de lo material, a poner nuestra confianza en Dios y a vivir de manera que nuestras acciones reflejen esa confianza. La verdadera riqueza no se encuentra en los bienes acumulados, sino en una vida vivida según la voluntad de Dios, en servicio a los demás y en comunión con Él.
Que estas lecturas nos animen a alejarnos de la codicia y a vivir más plenamente la gracia que hemos recibido. Que, reconociendo que nuestra salvación es un don de Dios, podamos responder con corazones generosos, buscando ser verdaderamente ricos ante Dios, a través de nuestras buenas obras y nuestro compromiso con el Reino.
Fraternalmente,
Edgardo Guzmán, cmf.