Comentario al Evangelio del día 28 de Octubre de 2024
Piedra sobre piedra
Hoy hablamos de casas. O, más bien, de casa, en singular. La palabra casa en hebreo (beyt), tiene una significación mucho mayor que un simple edificio. Es familia extensa (la casa de Israel, “toda su casa””, es vida (Betesda: casa del agua; Belén: casa de pan), es pueblo. Cuando Cornelio y “toda su casa” se convierten al cristianismo, no es una pura imposición del padre de familia; la identidad personal es parte de la identidad como pueblo. La fe personal profesada se hace en el seno de una familia, y no aisladamente. Cuando Pablo dice a los efesios que “ya no son extranjeros”, no es únicamente para darles carta de ciudadanía, sino que reconoce su pertenencia a la familia, a la casa, su identidad. E incluso va más allá: somos la casa de Dios, edificada, ensamblada, piedra sobre piedra viva. Vamos agregándonos, insertándonos en Cristo, piedra angular de todo el edificio. “Ya no son extranjeros” no sería entonces solamente un alegato en favor de los inmigrantes. Es algo mucho más profundo: es más bien una llamada a ser parte del edificio, hogar, familia, vida, casa, pueblo, No ser extranjero es ser parte de la familia: ser casa, ser pueblo. Y eso tiene consecuencias para toda la vida. Vivir ahora como piedra viva es ser fiel a la noticia de salvación de Cristo; es seguimiento y discipulado. Es permanencia en esa vida y ese pan.
Por eso, la llamada de Jesús a los doce es mucho más que una anécdota de “seguimiento”. Es un cambio total de identidad. Esos doce (incluido el que lo traicionaría, que negó su propio ser) son ahora otra cosa: son parte de esta “casa”. Y son parte importantísima: son los doce de la casa de Israel; son las columnas de esta casa. Por eso la traición de Judas supone una herida terrible, no solo para el propio Judas, sino para toda la casa. Una herida terrible que habrá que reparar inmediatamente después de la muerte de Jesús. La casa tiene que estar completa: con sus doce columnas apostólicas y con todas sus piedras vivas. No somos extranjeros.
Cármen Aguinaco