Comentario al Evangelio del día 6 de agosto de 2024
La Transfiguración
Las fotos, y ahora más y más los videos, pretenden atrapar y detener momentos felices y, como se dice ahora, “mágicos”. Los discípulos también dijeron: ¡Qué bien se está aquí! Aposentémonos, hagamos tres tiendas. ¡Qué pena que los discípulos no tuvieran una cámara de video o fotos… o simplemente un teléfono móvil con el que enviarnos a todos, simultánea e inmediatamente el momento de la Transfiguración, con la túnica resplandeciente y la gloria! Los seguidores de Jesús se querían quedar ahí, en ese momento maravilloso. Y nadie los podría culpar, claro. Queremos atrapar el momento efímero, por el intenso placer que nos produce. Pero, quizá en el esfuerzo por detener un momento se nos escape la belleza más permanente. Hacer tres tiendas y quedarse en el momento sería cerrarse a la posibilidad de la gloria mayor y más real. En el momento de la Transfiguración, la “gloria” manifestada en las vestiduras resplandecientes y la luz en realidad se refiere a la verdad mayor: este es mi Hijo amado. Y para nosotros ese momento en que se nos permite contemplar la gloria, se nos permite también escuchar la verdad. Al compartir la luz, compartimos también esa palabra, que es mucho más consoladora, permanente y transformadora: somos hijos amados. Esa afirmación no es de un momento, porque constituye nuestra identidad.
Pero la Transfiguración, ese momento de maravillosa luz y gloria que apunta a la gloria mayor, es un paso y una prenda antes de entrar en la Pasión. El Hijo amado, que dará la vida para dar vida a todos los hijos amados, entrará en el sufrimiento y la muerte. Y luego pasará a la luz inamovible y enorme de la gloria de la Resurrección. Los discípulos, se nos había dicho, no son más grandes que el Maestro. Aferrarse a un momento de luz podría impedirnos la mayor gloria inmensa y eterna…. Pasando, claro, por el sufrimiento y la muerte de cada día. Ahora bien, contar con la “fotografía”, el recuerdo de ese momento, intenso y gozoso, concede una esperanza que ya no es contra toda esperanza, porque existe la certeza. Somos hijos amados en el Hijo amado. Esa gloria nadie nos la podría quitar. No hace falta quedarse en un lugar, o en un momento. Hay que seguir caminando en la ciertísima esperanza de la gloria que ya conocemos y que alcanzamos. Pero hay que guardar, en cualquier lugar de nuestra cartera o álbum, la foto del momento en que recibimos esa gloria.
Carmen Aguinaco