Comentario al Evangelio del día 8 de julio de 2024
Y volver, volver, volver…
A menudo tengo un sueño recurrente en el que no sé salir de donde estoy para volver a casa, a pesar de que todo es conocido; todo es lo de siempre. Doy vueltas y vueltas y siempre me encuentro con callejones sin salida, con vericuetos desconocidos, con obstáculos. Es algo así como lo que dicen las lecturas hoy. Aquí hay una invitación a pasar del cansancio de la vejez a los días de fervor y entusiasmo de la juventud. De la apatía a la actividad. De la infidelidad a la fidelidad. De la enfermedad a la sanación. De la muerte a la vida. En realidad, todo es lo mismo: el entibiamiento lleva a la infidelidad (…porque no sois fríos ni calientes…); la infidelidad es una especie de enfermedad y la enfermedad lleva a la muerte. Esto es lo que se nos presenta en las lecturas de hoy. “Le hablaré al corazón, y la desposaré.” Es decir, la sacaré de tanta tontería, de su enfermedad, de tanta muerte, de tanta mentira. Pero resulta muy difícil.
Dios lo puede hacer esto. Habla al corazón, reconoce quién la fe de quien le ha tocado el manto, toma de la mano a la niña muerta. Nunca mira indiferente a sus hijos.
Pero necesita nuestro deseo de salir y esto no se realiza por arte de magia. Lo que ocurre es que primero hay que ir al desierto, cosa que hoy día es dificilísimo. Atrévete a dejar el móvil a un lado, a salir de las redes sociales, a no ver la televisión siquiera un día… Hay que ir al desierto para escuchar la voz que habla al corazón y reconocer la infidelidad… o las infidelidades recurrentes como era el caso de la mujer de Oseas. Reconocer la enfermedad y la muerte, es decir, el pecado. Todos los días en Misa, en el acto penitencial se nos invita a ir a un desierto microscópico antes de celebrar… es decir de esposarnos con Dios y regresar a la vida. Pero son solo unos segundos de silencio que podrían incluso pasar desapercibidos con otras distracciones que llevamos dentro. Y lo que ocurre es que hay que tener el humilde valor de tocar el manto, descubriendo la vergüenza de la propia enfermedad. Y lo que ocurre es que hay que aceptar la mano que levanta de la muerte y la comida que se da a continuación. Despertar del sueño. Y volver, volver, volver…Y volver a la vida, que es estar con Dios.
Cármen Aguinaco