Comentario al Evangelio del domingo, 1 de octubre de 2023
Alejandro Carbajo, CMF
¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?
Es una buena pregunta la que hace Jesús. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre? Dos hijos, los dos, en principio, más o menos normales, viven en la casa del padre, trabajan con él… “Buena gente”, se podría decir. Uno de los dos, quiere complacer, pero no hace. El otro, más “díscolo”, protesta, pero recapacita. Así somos algunas veces. Rápidos en decir, en hablar, pero más lentos en concretar.
El mensaje de Jesús va avanzando, martilleando, como quién dice. Semana a semana golpea y golpea en el mismo sitio, para que quede firmemente clavado en nuestro conocimiento. De esta manera se va formando nuestra conciencia, y entendemos mejor lo que significa ser cristiano.
Hemos ido pasando de la corrección fraterna al perdón al hermano y a la contabilidad original y generosa de Dios, con aquello de que los últimos serán los primeros. Y si hemos asimilado eso, para que no nos aburramos, hoy la Palabra nos da otra vuelta de tuerca.
En el mundo se dice: El que la hace, la paga. Y así es. Para eso tenemos el Derecho Penal. Delinques, y tienes que cumplir la pena correspondiente al delito cometido, después de un juicio justo. Pero incluso en este campo, después de algunos años, hay derecho a que te borren los antecedentes penales. Borrón y cuenta nueva, como suele decirse. Nosotros, sin embargo, tenemos una gran memoria para las ofensas. Quién me dijo qué y cuándo, aunque fuera hace muchos años. Es la capacidad de juzgar.
Seguro que el padre de esta parábola no se quedó mucho tiempo pensando en la negativa del primer hijo. Se fijó en que hizo lo que le pidió, y ya está. No le anduvo echando en cara que fuera tan voluble. Y casi seguro que al segundo también le dio otra oportunidad. Es lo que tienen los padres buenos. Como nuestro Dios. Ve en lo profundo del corazón de cada uno.
La semana pasada se nos dijo también que los últimos serán los primeros. Ya eso lo tuvimos que asimilar. Sobre todo, los que nos sentimos “primeros”. Hoy, además, se nos dice que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Me imagino cómo le sonaría a los contemporáneos de Jesús. Incluso hoy suena raro. Acostumbrados a juzgar, dividimos entre buenos y malos, los nuestros y los otros, los míos y los ajenos. Según nuestra lógica.
Y de nuevo la Palabra nos recuerda qué es lo importante. No decir, sino hacer. No sólo decir que creemos, sino hacer lo que decimos. Eso lo entendieron bien aquellos que estaban fuera de la sociedad, en tiempos de Jesús. Todo los que acompañaron a Mateo en el banquete que dio por su conversión. Todas las que sintieron el perdón. La prostituta que regó con lágrimas los pies de Jesús, Zaqueo, jefe de publicanos y ladrón, los enfermos, marginados por su condición de pecadores… Esos que no se sintieron juzgados, sino aceptados, perdonados. Con una segunda oportunidad.
A veces nos pasa que le echamos la culpa a los demás, que nosotros somos los que lo hacemos bien y los otros los equivocados. Ezequiel, en la primera lectura, les llama la atención a sus paisanos sobre esto: “¿Es injusto mi proceder? ¿O no es vuestro proceder el que es injusto? Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere… Y cuando el malvado se convierte… él mismo salva su vida”. En el fondo, de las injusticias y de los errores no tiene la culpa Dios, sino, muchas veces, nosotros mismos, que nos excluimos con nuestros bloqueos y nuestros corazones endurecidos. En nuestras manos, en nuestras acciones está el cambiar de actitud, el no sentirnos tan autosuficientes y poner nuestra confianza en Dios, que es Padre y nos quiere.
San Pablo, en la segunda lectura, propone a los cristianos de Filipos que sean testimonio de vida ante sus paisanos por sus actitudes y que tomen como ejemplo a Jesús, que renunció a sus derechos para compartir la condición humana con todas las consecuencias. No se trata de hacer moralinas apoyadas en principios filosóficos o religiosos, sino de vivir de acuerdo a nuestra fe en Jesús, que es a quien seguimos, y actuar como Él lo hizo con las personas con las que trató.
Hubo mucha gente que recapacitó, después de oír a Jesús. A Pablo. A muchos santos. Mucha gente que, primero, dijo no, pero luego se arrepintió. Ojalá nosotros seamos de esos. Ojalá seamos capaces de pensar siempre que es lo que querría Jesús que hiciéramos. Porque hemos escuchado su mensaje, y es un mensaje de liberación. Aunque el primer impulso sea decir “no”.
Vuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.