Comentario al Evangelio del domingo, 10 de mayo de 2020
Fernando Torres cmf
Somos linaje elegido, nación consagrada, pueblo de Dios
Está avanzado ya el tiempo de Pascua y conviene que los cristianos tengamos una idea clara de nuestra identidad más profunda. A veces, de tanto caminar por los días de diario y los trabajos de cada cual, se nos olvida que hemos sido elegidos como portaestandartes de una bandera que no es sólo para nosotros sino para toda la humanidad. En Cristo Jesús resucitado somos todos sacerdotes que celebramos la acción de gracias por la salvación que Dios ha regalado al mundo. Así es como construimos el reino de Dios. Porque los sacrificios que ofrecemos no son como los de la Antigua Alianza –holocaustos de carneros y toros– sino la entrega de nuestras vidas al servicio del Reino de Dios, comprometidos en formar ya aquí la familia de Dios, donde reina la verdad, el amor y la justicia.
Eso es lo que los cristianos somos por nuestro Bautismo. El desafío está en llegar a ser en la vida real lo que ya somos en la presencia de Dios. Nuestra llamada consiste en llevar a la práctica de cada día ese amor con el que Dios nos amó en Jesús y que nos transformó en “pueblo elegido y nación consagrada”. Para llegar a nuestra meta, el evangelio de hoy nos muestra el camino: el mismo Jesús que dice de sí mismo que es “el Camino, la Verdad y la Vida”. A los apóstoles les costó comprender que mucho más importante que aprender unas verdades era seguir a Jesús. Les costó comprender que no se trataba de aprender teología sino de encontrarse con Jesús y dejarle que fuese el guía que les llevase hasta el Reino del Padre. No había más camino que seguir sus huellas. Hoy nos tenemos que decir lo mismo: ser cristiano es seguir las huellas de Jesús, comportarnos como él lo haría, amar a nuestros hermanos y hermanas hasta darlo todo, como él hizo.
Hacer eso en la vida cotidiana no siempre es fácil. Hoy enfrentamos problemas y situaciones que no tienen nada que ver con las que enfrentaron Jesús o los apóstoles. Pero ése es precisamente nuestro desafío: encontrar soluciones creativas, en línea con el Reino, a los problemas que nos encontremos. Como hicieron los apóstoles en la primitiva iglesia, al ver que un grupo de la comunidad, las viudas de los “griegos”, no recibían la atención que debían. Inmediatamente solucionaron el problema creando un grupo que las atendiese: los diáconos. Así tenemos que ejercer nuestro seguimiento de Jesús: tratando de ofrecer soluciones a los problemas que nos encontramos, preguntándonos siempre: ¿qué haría Jesús en una situación como ésta? Y dejándonos llevar por el Espíritu. Hasta encontrar las formas y los modos concretos que nos lleven a expresar de la forma más eficaz posible el amor por los hermanos y hermanas, especialmente por los más necesitados.
Para la reflexión
¿Hay personas en nuestra parroquia, comunidad o familia que se quedan sin atender, que sufren sin que nadie les haga caso ni ayude? ¿Qué podemos hacer para estar cerca de ellos y aliviar sus sufrimientos? ¿No es ésa la mejor forma de seguir a Jesús, camino, verdad y vida?