Comentario al Evangelio del Domingo 10 de Noviembre de 2024.
“Ha echado todo lo que tenía para vivir”
Queridos hermanos, paz y bien.
Hoy, al parecer, las historias van de viudas. Tanto la historia de Elías como la historia del evangelio. En la época del Antiguo Testamento, como en la época de Jesús, las viudas figuraban, junto con los huérfanos y los extranjeros, como las personas más desasistidas de la sociedad. El estado de viudez era un estado de desvalimiento. Por eso, podríamos decir que hoy se coloca el foco sobre los últimos de la sociedad, aquellos que no figuran en las páginas de papel cuché, los que no hacen «Historia», los que ahora sólo aparecen en la prensa o en los otros medios de comunicación cuando se producen desgracias grandes.
La Biblia no es un libro de historia al uso. En ella se nos narran historias como las que hoy hemos escuchado en primer y en último lugar. Las protagonistas son dos viudas. Esto puede ayudarnos a reconciliarnos algo con nuestra verdad. Ninguno de nosotros va a pasar a la historia que se escribe según los cánones normales de los historiadores. No somos personalidades de nuestro mundo. Pero sí somos de la misma madera de estas dos viudas, nuestra historia personal, la historia de una comunidad cualquiera, no pasa desapercibida a los ojos de Dios. Todo lo contrario.
Y hoy los textos nos muestran también una ley, no de la naturaleza, sino de la relación de Dios con los hombres. Dad y se os dará -decía Jesús-. Es decir: dad y Dios os dará. El episodio de Elías y la viuda de Sarepta es una ilustración de aquella máxima de Jesús. Esta viuda era una pagana, que no adoraba al Dios de Israel, sólo lo conocía como “el dios de Elías”. Y, sin embargo, se comporta como una verdadera israelita, practicando la ley de la hospitalidad. Pertenecía, sin saberlo, al «pueblo humilde y pobre que confía en el nombre del Señor» (Sof 3,12); era capaz de encarnar el ideal del creyente piadoso, al que se proclama “bienaventurado” en los salmos: “¡Feliz quien se refugia en el Señor… Nada les falta a los que lo respetan… Los ricos se empobrecen y pasan hambre; los que buscan al Señor no carecen de bienes” (Sal 34,9-11).
El evangelio de hoy es una pedagogía de la mirada. Jesús invita a mirar de otro modo, no como todos ven las cosas. En las primeras líneas, vemos una crítica a la vanidad y ostentación de los escribas, personas a las que les gustaba que se les prestara una atención especial, exagerada, incluso. Para la gente sencilla, el modo de dar culto a Dios era “darle culto” a ellos. Hasta ese extremo habían llegado las cosas. Las largas túnicas les distinguían del resto de los mortales. Así se significaban.
Jesús critica ese deseo de sobresalir, de llamar la atención. Y no solo eso, sino que, además, en vez de proteger a los más desfavorecidos – las viudas – se dedicaban a explotarlas, aprovechándose de ellas, y dejándolas sin nada. Con el pretexto de largos rezos… Por su culpa, seguramente, muchas personas se alejarían de la fe, cansados y arruinados. Un abuso, por una parte, y una pena, por otra.
Después, en el episodio de la viuda, un hecho a primera vista menudo, irrelevante, Jesús nos enseña a ver todo el significado de que es portador. Es un gesto de desasimiento radical y de radical abandono en las manos de Dios. Un ejemplo para todos. Sobre todo, para los que no acabamos de fiarnos del todo de Dios.
¿Por qué es importante este gesto de la viuda? Es verdad que muchos ricos echaban, hablando en términos absolutos, muchísimo más que aquella pobre viuda; pero Jesús pone de relieve que echaban de lo que les sobraba. En cambio, la viuda echó todo lo que tenía. Sí, para las arcas del templo y para una mirada común, aquello era un donativo desdeñable. No se habría echado de menos, aunque la viuda se lo hubiera guardado en el regazo.
Pero para la mirada de Jesús, que cala más hondo, el gesto de la mujer había sido admirable. Y se lo hizo notar a los discípulos. Así es como mide Dios, que ve en lo profundo y no se deja engañar por las apariencias. Ese Dios que lleva cuenta hasta del vaso de agua que se da a uno de los pequeños por ser discípulo de Jesús.
Cuando nuestro Sumo Sacerdote aparezca de nuevo, vendrá para llevarse a aquellos rescatados con su sacrificio. Esa muerte de cruz nos ha liberado de toda culpa, si aceptamos seguir al Maestro y vivir como Él nos enseñó. Lo que se espera es que podamos responder como Dios se merece.
Cuando estamos hablando de cómo conseguir llegar al Reino de Dios, en este texto tenemos un modelo a seguir. Esta viuda logró alcanzarlo por solo dos moneditas. Otros entran ofreciendo un vaso de agua fresca (Mt 10, 42). El precio a pagar es sencillo: el Reino de Dios vale todo lo que tienes, por poco o mucho que sea.
Ninguna de nuestras vidas es insignificante ante Dios. Todas son valiosas, sumamente valiosas. Tenemos una vocación de amor generoso que Dios sabe medir como nadie. Respondamos a la vocación recibida.
Vuestro hermano en la fe,
Alejandro Carbajo, C.M.F.