Comentario al Evangelio del Domingo 11 de agosto de 2024
Yo soy el pan bajado del cielo.
Queridos hermanos, paz y bien.
No es fácil ser profeta. No lo es hoy, y no lo era en tiempos de Isaías, Jeremías o Elías. Hasta el punto de que Elías, con los criterios de hoy, probablemente hubiera sido diagnosticado de depresión. Sin ganas de vivir, sin ganas de trabajar, de comer… Sin ganas de nada. Sólo de dormir. Le deprimía el contacto con la gente. Había acertado con su profecía de la sequía (tres años y medio) y con la llegada de la lluvia, cuando él lo dijo. Había luchado contra los profetas de Baal, Pero no podía ver nada buen en su vida, solamente que la reina Jezabel le persigue a muerte. Se le han olvidado las múltiples ocasiones en que Dios ha estado a su lado, desde el momento en que le llamó para ser su testigo. Lo dicho, una depresión de manual.
El remedio para la depresión es el que cualquier madre o abuela podría haber aconsejado: comer bien y dormir mejor. Los psiquiatras, probablemente, habrían recurrido a las pastillas, pero a Elías comer y dormir le dan las fuerzas para ponerse en camino, durante cuarenta días y sus cuarenta noches. Casi nada. Le dio para llegar al monte Horeb, el monte de Dios. Y sabemos que, en la montaña, siempre pasa algo, cuando se está en búsqueda de Dios.
Me parece que, a menudo, tenemos la “depre”, por lo menos espiritual. Se nos debilita o se reduce nuestra fe. Nos parece estar dentro de un túnel sin salida. No somos capaces de ver a Dios en la vida ordinaria. Echamos de menos algún “milagrillo” para salir del paso. Como los judíos del Evangelio, que no pueden creer en “el hijo del carpintero”. ¿Qué es eso de “bajar del cielo”? Si lo hubieran visto en medio de diez batallones de ángeles, rodeado de truenos y relámpagos, sería distinto.
Sigue pasando hoy. Cuando se debilita la fe, muchos empiezan a buscar soluciones en “presuntas apariciones”. La Historia está llena de estas apariciones y promesas. Y de “milagritos”. Esos que Cristo no quiso hacer, a petición del público. Porque Él era el gran prodigio, el milagro definitivo. No hacen falta más.
A lo mejor a eso se refería el Apóstol san Pablo, cuando hablaba de “no entristecer al Espíritu Santo de Dios”. Porque seguro que Dios se entristece cuando estamos mal y dejamos de rezar, de ir a Misa, de leer la Biblia, porque nos parece que nada nos ayuda. Nos resulta una comida insípida, y buscamos otras “comidas basuras”, que no nos llenan. Y el Señor nos dice el suyo es el alimento que da la vida. La buena, la eterna. Así que no dejes de acudir a Él.
Lo que sucede es que a veces lo que nos da el Señor no nos interesa demasiado. Eso de la Vida Eterna, por ejemplo. Podemos, por la gracia, llegar a participar en ella, pero hemos de decir que sí, como María. Pero ese ofrecimiento supone renunciar a muchas cosas, morir al hombre viejo y cambiar costumbres y actitudes. Y podemos decir que “no me interesa”. O quizá nos asusta, porque se nos está dando el mismo Dios. Y entrar en comunión con Él es difícil, porque nos remueve.
Incluso nuestra poca fe no nos permite creer que el Señor nos pueda dar todo lo que nos promete. Le vemos, igual que sus vecinos, como uno de nosotros. Y dudamos. Porque pensamos que lo sabemos todo. Hace falta mucha humildad, para buscar la verdad que representa Jesús, la única respuesta al más profundo desasosiego del hombre.
Muchas veces, lo que nosotros queremos, no nos lo da. Nos molesta que nos dé otra cosa. Estamos pidiendo por lo que nos hace falta, para nosotros o para otros, y no hay ningún milagro. El que multiplica cinco panes, puede multiplicar quinientos. Nos parece que sería lo mejor. A Él no le cuesta nada. A nosotros, nos solucionaría la vida. Pero lo que Él nos da, es otra cosa, la Vida Eterna. Para recibirla, hay que renunciar a nuestros presupuestos, a nuestras ideas, aceptando los tiempos y los plazos de Dios.
Parece que la relación con Dios no soluciona nuestros problemas y necesidades diarios, al menos, de forma inmediata y sencilla. Es la pobreza de la religión. Y la grandeza de la fe. No se producen cambios espectaculares, pero creemos que todo saldrá bien. Así podemos aprender a buscar a Dios por Dios, no por los frutos. Poniendo las cosas en su sitio, dejándolo todo en las manos de Dios, dando al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. La riqueza de la religión nos lleva a aceptar renuncias por un ideal mayor, el del Reino, a cambiar nuestra forma de vivir, a aprender a amar como Dios quiere.
Una cosa más. El salmo de hoy es un buen apoyo en los momentos duros. “Consulté al Señor, y él me libró de todas mis ansias”; “Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo salva”. Que sea nuestro apoyo durante toda la semana. Por lo menos.
Vuestro hermano en la fe,
Alejandro Carbajo, C.M.F.