Comentario al Evangelio del Domingo de Resurrección – 20 de abril de 2025
Queridos hermanos, paz y bien.
Queridos amigos: ¡Ha resucitado el Señor! Ese niño que nació en Belén, que se crio bajo los cuidados de María y José, que a los 30 años inició su vida pública bautizándose en el Jordán y que paso por el mundo haciendo el bien, hablando de Dios que es amor y acercándolo a la vida de los más pobres, que fue juzgado y condenado a morir en una cruz, que fue crucificado, muerto y sepultado. Ese mismo Jesús hoy ha resucitado. La muerte no ha podido derrotarle. La injusticia no ha triunfado sobre una víctima inocente. Desde ahora, todos los crucificados de este mundo pueden llevar sus cruces con esperanza, porque el mismo Dios que ha resucitado a Jesús, también nos resucitará a nosotros.
La primera lectura nos recuerda todo lo que ha sucedido, desde que Jesús empezó su predicación. Podría servir para un primer anuncio del mensaje a esos que nunca han oído hablar de Cristo. Cómo Jesús vivió, sirviendo, curando y haciendo el bien a todos. Todo ello en un tiempo y un lugar muy concretos, porque la Encarnación tiene que notarse en todo.
De lo que hizo Jesús, san Pedro pasa a recordar la reacción de los hombres ante esa vida pública de Jesús. Al Maestro lo mataron, porque no aceptaron su mensaje y decidieron que era mejor terminar – de una vez por todas y para siempre, creían – con Él. Ya sabemos, los mismos que el Domingo de Ramos aclamaban al Hijo de David, el Viernes Santo pedían su muerte en cruz.
Pero Dios no podía abandonar a su Hijo, por eso lo resucitó y dio comienzo a una nueva era, donde la muerte ya no tiene la última palabra. De todo esto da testimonio Pedro, y de todo esto también nosotros debemos dar testimonio. Los apóstoles son sus testigos porque han estado con Él, han compartido la última Cena con Él, han oído sus enseñanzas y han visto los signos que ha hecho. No son testigos por ser los mejores de la clase, sino por haber hecho una experiencia única y estar en condiciones de comunicarla a quienes quieran escuchar con honestidad y pureza de corazón. Como nosotros, que tampoco somos los más capaces, los más santos, pero compartimos a menudo la Eucaristía, escuchamos la Palabra de Dios y tenemos todas las herramientas para poder dar un testimonio creíble con nuestras vidas.
El breve fragmento de la carta a los Corintios también hace memoria de algo muy importante para nosotros: vivimos en este mundo, pero la plenitud de nuestra vida tendrá lugar sólo en el Reino de los Cielos. Sólo entonces tendremos respuestas a las preguntas más complejas sobre el sentido de la vida y de la muerte.
San Pablo, con su propia vida, nos dio ejemplo de que hay que implicarse en las cosas de este mundo. Trabajó con sus manos, para no ser gravoso a nadie, aunque sabía que lo importante son los bienes de arriba. Se comprometió a fondo, para hacer un mundo mejor, con muchas obras buenas para testimoniar que un mundo nuevo es posible. Vivir entregado en este mundo, para llegar a la vida plena en el Cielo. En esto también nosotros podemos participar, dándonos prisa en hacer el bien, cuanto más, mejor.
Y llegamos al Evangelio, que comienza cuando todo está oscuro, sin vida, y termina con la sensación, mejor, con la certeza de que, verdaderamente, ha resucitado el Señor. Una mujer, movida por el amor, va a cumplir con los ritos, pero se encuentra con la tumba abierta. A la carrera, va a buscar a Pedro y al discípulo amado que, también a la carrera, van al sepulcro, a confirmar lo que les ha dicho la mujer.
En ese sepulcro vacío, los dos solos, viendo las vendas recogidas y el sudario enrollado, creyeron, entendieron todo lo que Cristo les había estado enseñando los últimos tres años. Delante de esos signos de muerte, empiezan a creer en la Vida. Pero, para ello, hay que hacer un proceso, un camino que tiene que estar iluminado por la Palabra y por la comunidad cristiana.
Hoy la vida vuelve a empezar, Dios la re-crea y nos re-crea, nos da una nueva oportunidad para hacer mejor las cosas, para ser mejores también nosotros, para hacer mejor el mundo en el que vivimos y tratar mejor a las personas con las que convivimos. Hoy, “el primer día de la semana”, Jesús resucitado nos dice que vivir de otra manera es posible, que la vida tiene sentido, a pesar de las dificultades, de las frustraciones y de los fracasos, que no nos dejemos vencer por el mal, por lo negativo, porque siempre es posible resucitar.
Vamos a acoger esta nueva oportunidad que Dios nos da y vamos a renovar nuestro Bautismo, nuestro compromiso con Él y con los que están a nuestro alrededor, especialmente con los más pobres y necesitados. Renunciemos a todo lo que se opone al estilo de vida que Jesús nos ofrece y hagamos opción por una vida vivida desde la fe en Jesús resucitado.
Vuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.