Comentario al Evangelio del domingo, 13 de agosto de 2023
Enrique Martínez de la Lama-Noriega CMF
¿Qué haces aquí, Elías?
Elías era buena gente. El prototipo de profeta. Recordemos cómo se encontró con Jesús, en compañía de Moisés, en el Monte de la Transfiguración. Es necesario, para comprender la breve escena de hoy, irse más atrás para recordar por qué anda Elías por el Horeb y en qué estado de ánimo se encuentra. El pasaje por sí mismo se queda sin contexto y nos diría poco.
Bueno, pues Elías había procurado hacer lo que «creía» que le pedía Dios. Aunque sin preguntárselo a Él. Hablaba mucho de Dios, actuaba en nombre de Dios… pero sin haber escuchado antes a Dios (y seguramente tampoco a su pueblo). El caso es que durante un cierto tiempo tuvo éxito, prestigio, reconocimiento… Pero después se vio despreciado y perseguido por sus «jefes», y enfrentado e incomprendido por esa misma gente que antes le aplaudía. Aunque él mismo se lo buscó al «servirse» de Dios para «demostrar» su verdad y su poder y hacer una matanza de sacerdotes paganos (servidores de la reina Jezabel). Pero fue un total fracaso, su propio pueblo lo rechaza, la reina manda apresarlo. Le entra una «depre» descomunal, y sale huyendo a esconderse, deseándose la muerte…
No es tan raro que en nuestra vida ocurran acontecimientos inesperados que nos descolocan…
Andábamos tan convencidos de estar haciendo lo que teníamos que hacer. Incluso, quizás, no lo hacíamos mal, obteníamos buenos resultados, estábamos bien considerados, las cosas nos iban bien… pero de pronto algo no (nos) sale bien, y se nos descoloca todo, nos quedamos desconcertados.
Puede ser la muerte de alguien que nos importa…
Puede ser un fracaso en nuestros estudios/trabajos…
Puede ser un chasco con nuestra pareja…
Puede que se enfaden o nos fallen los amigos en el momento más delicado…
Puede que nos veamos sin fuerzas ante un reto difícil, sin saber por dónde tirar…
Puede que nos falle la salud, o que nos tengamos que trasladar a un lugar nuevo, lejos de todo lo que nos daba seguridad.
Y se amontonan por todas partes montones de preguntas:
- ¿Qué estoy haciendo con mi vida, o de qué vale todo esto en lo que estaba tan ocupado y tan entregado?
- ¿Qué es lo realmente importante, cómo cuidarlo, por qué se me escapa de las manos, por qué se ha venido todo abajo?
- ¿Tengo apoyos verdaderamente firmes o sólo cuento con mis pobres fuerzas?
- ¿En qué me he equivocado? ¿No estoy gastando energías inútilmente?
En el fondo no nos apetece enfrentar estas fastidiosas preguntas. Es preferible salir huyendo, como Elías, y encontrar nuestra «gruta/cueva» particular para aislarnos de todo, y quizás darle vueltas a nuestra rabia o tristeza, encontrar culpables, o mejor aún, olvidar, o tirar la toalla, o…
Hay muchos tipos de «grutas»:
- Quien se encierra en los estudios/trabajo, como si fuera lo único importante, y desenchufa de casi todo lo demás, y sobre todo de todos… El activismo…
- Quien se mete en un mundo virtual (en las redes de la «Red»), o deportivo, o de alcohol, o de ideologías políticas y hasta religiosas…
- Quien cree que es mejor hacer «como si» no hubiese pasado nada, y distraerse y olvidar… como si las heridas y fracasos se curasen mirando para otro lado, o quitándoles importancia…
- Quien se busca una pareja que le dé todo lo que no tiene, le consuele, con la que aislarse del resto del mundo…
- Quien prefiere irse a cualquier otro sitio, y volver a empezar de cero…
Elías tuvo la ocurrencia de huir… hacia el Horeb , (llamado también «Sinaí», el monte de Dios…) y quedarse en SILENCIO, cosa que aprovechó Dios para hacerle preguntas. Cuando consiguió silenciar tantos ruidos que llevaba dentro, y tantas ideas equivocadas sobre los modos de «hablar Dios» (el fuego, el viento huracanado, el terremoto, lo espectacular, lo evidente, lo llamativo…). Eso de que Dios estaba en el fuego o el viento… lo había aprendido del pasado: así se presentó Dios antaño en la zarza o en el Sinaí. Pero eso, antaño. Porque Dios fue purificando y haciendo madurar las ideas que el pueblo tenía sobre él. Sin embargo, Elías parece que no había avanzado, seguía «erre que erre», con «lo de siempre».
Pues cuando por fin hizo silencio, y comenzó honestamente a revisar todo lo que andaba haciendo… pudo escuchar la voz de Dios: ¿Qué haces aquí, Elías? ¡Estás totalmente equivocado con tus planteamientos! Echar mano de espectáculos (hacer llover fuego del cielo) e intentar imponer la verdad e manera violenta… no son los caminos de Dios. ¿Quieres que te diga lo que tienes que hacer?…
No hará falta de decir que no es que suenen «voces por el aire». No es que escuche Elías literalmente esas palabras de Dios. Ya sabemos que Dios huye de lo evidente y lo espectacular, no se impone: tampoco al profeta. Usa otros caminos: Puede ser la voz de alguien que nos conoce bien, la voz de la Escritura, la voz de alguna persona espiritual capaz de ayudar a discernir (sacerdotes, religiosos, o laicos…), la voz de la conciencia…
Además de preguntar, recibe una orden: ¡«come»! Come el pan que yo te ofrezco, o no llegarás a ninguna parte. A nosotros los cristianos nos hacen recordar aquellas palabras de Jesús en la Última Cena: «Sin mí no podéis hacer nada». Sin la oración frecuente y la participación frecuente en la Eucaristía (el Pan para el camino) … nuestras fuerzas serán únicamente las nuestras, y andaremos dando tumbos por el desierto, desconcertados, sin fuerzas…
Y por fin un encargo clarificador: Déjate de grandes tinglaos y de manifestaciones de poder, y de intentar hacer negocios con la reina… Tu tarea es sostener, acompañar, ayudar a los que todavía siguen viviendo su fe, aunque sea una fe débil. Estar con ellos, caminar con ellos, orar con ellos… humildemente, calladamente, con esperanza y fe firme.
Dejemos que Dios nos haga preguntas, como la de hoy mismo: «¿Qué haces aquí, Elías?».O tal vez por medio de los demás; el Papa Francisco suele cuestionar mucho a quien se deja, y no se cierra «en plan Elías»). Aprendamos y ejercitemos el silencio, la escucha, la mirada atenta, el discernimiento… todo lo que puede hacer que tenga sentido nuestra vida, y no se desenfoque o se tambalee fácilmente cuando las cosas de la vida nos lo pongan difícil. También lo tuvo difícil Pedro, cuando intentaba caminar sobre las oscuras aguas. Menos mal que dejó de mirarse a sí mismo, de mirar a las aguas a sus pies… para mirar al Señor y tomar su mano cuando se la tiende. Podríamos definir así la oración: «coger confiadamente la mano del Señor cuando nos parece que nos hundimos».
Y por supuesto recibamos frecuentemente el Pan de la Vida para restaurar nuestras fuerzas y volver a nuestra vida con ánimo renovado, y con criterios más claros.
Enrique Martínez de la Lama-Noriega CMF